sábado, 14 de agosto de 2010

De Elsa Beltrame

Hola Miguel:

... soy memoriosa y felizmente nos une un objetivo común, que es recordar a nuestra "querida Villa Adelina".

Yo solo te puedo decir (por ahora), que nací en 1943 en la calle Los Fortines. La curiosidad de esa calle era, que por ser divisoria de dos Partidos, (el de San Isidro y Vicente López), una vereda tenía un nombre, y la de enfrente tenía otro, por supuesto con muy distinta numeración también. Estoy tratando de recordar y me parece que la de Vicente López, era Fernandez Spiro. Esto generaba grandes confusiones, si a eso le agregamos que la tecnología no existía.

Te recuerdo mucho a vos y a tus primos Moschiar. Las reuniones en casa de Choli y Reynaldo permitían un encuentro.

Nosotros va a hacer esta primavera, 28 años que vivimos en Puerto Madryn. Dicen que "Madryn tiene magia". Te la ofrezco para lo que necesites, y que esa magia me ayude a recordar lo que haga falta. Tenemos en esta fecha un festival de ballenas. Es muy pintoresco verlas en el golfo.

Saludos cordiales, Elsa Beltrame.
elsabeltrame@hotmail.com

martes, 3 de agosto de 2010

"Ecos..." del '41

Boulogne ya había tenido un periódico en la década de 1920, pero en 1940, mi abuelo, Francisco Saavedra, fundó Ecos de Boulogne. Este joven periodista de 24 años vivía en Barrancas, Santa Fe, junto a mi abuela, Ramona López y su primer hijo, Manuel, mi padre, nato en 1938. Del matrimonio luego nacerán Francisco (h), muy parecido al padre y radicado desde hace muchos años en Salta, y Carlos.

Mi abuelo era un periodista de su época: buen escritor (como se aprecia en algún artículos de Ecos y una novela inédita) y bohemio. Había fundado también una propaladora (radio con parlantes) en su pueblito. En uno de sus muchos viajes para dar charlar, animar veladas en los clubes y otras yerbas, nunca más volvió. Semanas después le avisaron a mi abuela que estaba enterrado en el cementerio de la capital de Santa Fe. Tenía 29 años. No lo conocí, pero desde 1981 soy periodista. Eso de los genes, que le dicen. Y acá estoy juntando un poco de todas estas historias: recortes de Ecos de Boulogne de mitad de octubre y todo noviembre de 1941, con referencia a Villa Adelina. Además de lo que verán en las fotos, se cuenta que:

El sábado 17 de octubre, Hipólito Rafa le gana a “El torito de Villa Adelina” en el pelea de semifondo en el desaparecido club Aymara de Boulogne. Si alguno sabe quién era dicho “Torito” le quedaré agradecido.

Ese mismo día se realiza un festival artístico y danzante en el CASVA, donde el cronista pudo identificar, entre los muchos presentes, a las familias Seoane, Montoya, Rosales, González, López, Ríos, Gancedo y Lunati.

El 1º de noviembre, velada de box en el club Sportsman de Villa Adelina (¿dónde se encontraba?) con seis grandes peleas.

El 9 de noviembre se formalizará el compromiso matrimonial entre Ilva Tuci y Angel Cichini. “En la casa de la novia se darán cita las amistades para tributarle una cálida demostración. Sigue mejorando el señor José Pelatelli, que se halla internado en San Isidro.”

El 22 de noviembre se anuncia que en breve se presentará el conjunto juvenil teatral Florencio Parravicini, bajo la dirección de César Lichar e integrado por las señoritas P. Campos y M. Alessandrelli, y los jóvenes R. Giacomini, L. Liciardoni, J. L. Rosales (h), D. Alessandrelli, J. L. Varela (h), J. Capece y E. García. Llevarán a escena la pieza cómica en dos actos “El príncipe de la Fiaca”, de Juan Villalba.

En la misma edición se anuncia el enlace entre Juana Orriols y Eugenio Mario Parodi actuando como testigos Pedro Rodríguez y Mariano Llauradó y, como padrinos en la ceremonia religiosa, José Parodi y Juana Vda. de Orriols. Además, en el CASVA se hará un baile para recaudar fondos para los conscriptos clase 1921 amenizada por la orquesta de Américo Podestá.

Aviso Comercial - Tienda y Mercería "El As"

El 29 de noviembre se deja constancia de la actuación en Villa Adelina del circo Greco, que dirige el primer actor Arturo Greco.

El domingo 30 de noviembre de 1941 actuó en el CASVA la orquesta típica Los Ases “de gran actuación en las principales radios de la Capital”. El 7 de diciembre, baile familiar, animado por la orquesta típica Garcé, de Florida. Un día antes se produjo el enlace Pradella-Nicolini.


Anuncio de Enlace Pradella-Nicolini, Cita Literaria y Aviso Comercial de Victorio Paonessa e Hijo

Néstor Saavedra

jueves, 8 de julio de 2010

Equipos de Fútbol del CASVA (1971 y 1973)

Viví hasta los 27 años que me casé en Boulogne. Mi abuelo fue fundador de uno de los primeros periódicos: Ecos de Boulogne en 1940, aunque falleció enseguida y en Santa Fe. Mi madre vive en Boulogne aún, desde 1949. Soy periodista e historiador. Tuve el honor de publicar algunas notas y ganar un concurso de la revista Todo Es Historia, que dirigió hasta su reciente muerte Félix Luna. Estas fotos que les envío tienen una pequeña historia

Mi padre, Manuel Saavedra, dirigía equipos de fútbol de ligas comerciales. Casi siempre en Boulogne, pero en la década de 1970 hizo un convenio con la gente del CASVA. Aquí van dos fotos de esa época.



Club Azul de Boulogne que jugaba en la liga comercial zonal como “CASVA B”. Héctor García, Juan Dutra (DT de CASVA A), Manuel Saavedra, Juan Pagano, Orlando Salto, Héctor Gerez, Alberto Monge, Ernesto Domke, Daniel Lavagna, Aldo Galiano, Hugo Ariza, Miguel Soria, Raúl Juárez y Héctor Fraile. Saavedra, director técnico y formado del equipo, es mi padre, que falleció en 2001. Villa Adelina, 4/12/71



En cancha de la Orbis, equipo de CASVA B de 1973: Ariza, Gerez, Fraile, Gómez, Coria, Sosa, F. Díaz, Dopazzo, L. Díaz, Carrizo y C. Díaz. De remera blanca, mi padre, Manuel Saavedra, técnico del equipo; delante estoy yo y a su lado, con saco, “Tata” Monge, ex jugador de varios equipos de Boulogne y Villa Adelina de una tradicional familia “clubera” de la calle Dean Funes.

Néstor Saavedra

Enlace relacionado con el autor: http://es.wikipedia.org/wiki/N%C3%A9stor_Saavedra

viernes, 25 de junio de 2010

Umberto Maggiolini

El se llama Umberto (sin H como es usual en Italia) y nació en Villa Adelina, en Lamadrid y Avenida de Mayo, el 5 de marzo de 1916. Es hijo de Ciro Maggiolini y de María Luisa Abriata (de la numerosa familia nacidos en Villa Adelina y Boulogne, van por la sexta generación). El abuelo de Umberto es Guillermo José María Abriata que nació en Sezzadio (en el norte de Italia) el 15 de abril de 1859 (según la partida de bautismo que obra en nuestro poder). Su llegada al país se estima en la década de 1890 (aunque esta información no pudo ser precisada en la Dirección de Inmigraciones).

La señora de Umberto es Nilda Delia Cedro, que nacida en Capilla del Señor, en 30 de julio de 1922, se mudó a Villa Adelina cuando tenía 15 años y vivió siempre en la manzana, donde vive actualmente: Virrey Vertiz, la actual Ucrania, Martín Rodríguez y El Indio. Ella y sus cuatro hermanas trabajaron en Lozadur cuando se abrió la fábrica.

Nilda y Umberto se casaron el 27 de noviembre de 1943.

Umberto está considerado el primer taximetrero de Villa Adelina. Manejaba, a los 11 años, un Ford T mientras el padre estaba en los talleres de Boulogne, donde trabajaba.

Si abundé en información de esta familia, es porque Umberto (y Nilda) son de los más antiguos vecinos de nuestra Villa.
 
Miguel Lafuente.
milafu@hotmail.com

jueves, 27 de mayo de 2010

Añoranzas

Mi nombre es Juan José Rodríguez Benítez. Viví en Villa Adelina diez años, hace 40 años vine a España para hacer la mili, pensé en volver pero me quedé. Viví en Cespedes esquina Ader, el dueño del piso se llamaba René y era el lechero, abajo estaba la tienda del tío Rolón. Luego viví en Las Calandrias 2519. Mi último trabajo fue en Papelera Pacar de Boulogne, haciamos el papel de fumar Smoking. Amigos tenia bastantes pero los más cercanos eran de una familia llamada Alonso que vivían en Ader casi esquina Perito Moreno, los chicos se llamaban  Michel, Nicol, Paqui y Gigí. Enfrente del tío Rolón recuerdo un chico, Antonio, y una hermana peluquera. Entre Cespedes y Los Troperos un bar que vivía el apellido Carrizo. Si sabeis de alguno de ellos su teléfono o e-mail me lo podeis notificar por e-mail? Mi teléfono móvil 676532425 yo lo pago. Muchas gracias, si me escribis ya os contare más cosas.

Juan J. Rodríguez Benítez (Su mail del 26/05/2010)

viernes, 21 de mayo de 2010

¿Balneario en Villa Adelina?

Corría el año 1958. A seis cuadras de mi casa estaba la Laguna de los Patos, en la actual Yerbal y Thames. Allí nos llevaba mi mamá cuando mi padre, Carlos Pastorini, tenía que descansar. Él era quintero y por la noche llevaba con su hermano Pedrito las verduras que cosechaban, al Mercado Dorrego. Por eso la hora de la siesta era sagrada. Para evitar que, con nuestros gritos, llantos, etc. propio de dos nenas de 3 y 4 años, interrumpiéramos el sueño de mi papá, mamá tomaba el cochecito de mi hermana. A ella la sentaba ahí y yo iba parada al costado. Seis cuadras íbamos caminando hasta llegar a la laguna. Desde Thames y Lamadrid aún puede percibirse el declive hacia Yerbal, que en ese entonces estaba cubierto de agua y plantas acuáticas, entre las que se destacaban las flechas de agua.


En sus aguas nadaban patos marrones y alguno blanco, que despertaban nuestro asombro, y aunque sea, por un ratito, nos mantenían entretenidas y expectantes.



La directora de la escuela San Andrés Avelino donde trabajo en la actualidad, Sra. Miguelina D’Andraia, me contó que esas zonas bajas llegaban a lo que hoy es Martín Rodríguez y que su esposo cazaba allí ranas. Cuando llovía con intensidad había más de un vecino que se dirigía en bote hacia las zonas altas. “La isla” era una de esas tierras elevadas, ubicada en lo que hoy es P. Moreno y Martín Rodríguez.

Cerca de ella no era raro encontrar los domingos de verano gente tomando mate y algunas señoras se aventuraban a ponerse la malla, quedando la orilla de la laguna, en la Islita, transformada en un balneario local. Tal es el caso de la Sra. Pirocha, nuera del Sr. Luis Abriata, a quien le fue tomada una foto allí, luciendo su traje de baño.

Con el paso del tiempo esa zona baja se fue poblando de casitas muy modestas. El Dr. Julio Alberto Ghersi solía atender a esos primeros habitantes en forma gratuita, conociendo las necesidades económicas por las que atravesaban.



Yo no sé si la gente compraba los lotes o simplemente los iban ocupando. Lo cierto es que cuando llovía el agua se les metía en las casas, por eso, los más previsores, empezaron a rellenar los terrenos. Transitando Yerbal se pueden ver las casas más altas que el asfalto.

Incluso en algunas de ellas han levantado en las puertas de entrada un pequeño tabique de material para impedir que el agua pase y las casas se inunden. Hablo en presente porque aún hoy, si las lluvias son muy intensas, los desagües no son suficientes, y la zona se inunda, como en los peores tiempos.


Pasaron muchos años hasta que por fin las autoridades, decidieron terminar con las inundaciones en la zona. Recuerdo que muchas veces no podíamos tomar el colectivo 5 (actual 700 rojo) por el nivel de agua que se acumulaba en Thames y Yerbal y zonas aledañas. Construyeron importantes desagües que dieron un respiro a las casas del lugar. Pero la caída natural del terreno persiste y, como ya les mencioné, si cae una intensa lluvia, los desagües no llegan a ser suficientes (pasó en febrero de este 2010).

Ya escribiré sobre otros balnearios, visita obligatoria los días de verano, a orillas del Río de la Plata, en San Isidro y Martínez. Pero quise empezar por este balneario, el de nuestros pagos que, tal vez, muchos de los que aún viven en la zona tuvieron la dicha de conocer, y la mayoría que hoy habita el lugar desconoce.

Mónica Liliana Pastorini

mlpastorini@yahoo.com.ar

miércoles, 19 de mayo de 2010

Club Unión Vecinal de Villa Adelina

El club que conocemos como U.V.V.A. fue fundado el 17 de Enero de 1934 y tiene su origen en la Sociedad de Fomento de Villa Adelina. Tuvo su primera sede social en el Partido de Vicente López, Avenida Ader 4048, lugar donde aún funciona una parte del mismo.

Para la fecha de creación de la Unión Vecinal, ya se habían obtenido algunos beneficios significativos, tales como la distribución de la correspondencia postal a domicilio, y la firme promesa del Sr. Intendente de Vicente López, don José E. Rubio, de colocar en las calles los carteles anunciadores con los nombres de las mismas.

Entre los miembros integrantes de la Comisión Honoraria y Protectora figuraban las Sras. Elisa Schulze de Ader y Ana Elisa Ader de Grümbaum, esposa e hija de Bernardo Ader, que donaron los terrenos en que se levantarían las instalaciones; el Sr. Bocazzi, titular de la empresa constructora Bocazzi y Cía. y el Dr. Raúl Bagnati, que donó elementos para equipar la Sala de Primeros Auxilios. También integraban esta Comisión los hermanos Torralva, el Dr. David Speroni, G. Thompson, O. Bush, A. del Campo Wilson y R. G. Monkman.

A su vez, la primera Comisión Directiva fundadora estaba integrada por Juan Lupi como presidente, Gregorio Cardoso como vicepresidente, Francisco José Vila, J. Camenada y G. Poulsen como secretarios, José Beltrán como tesorero y Elías Abdala como protesorero. Los vocales eran Antonio Álvarez, Andrés Grandal, Alfonso López, J. Gil, Jesús Domínguez, Ángel Liciardone, José Lupi, Carlos J. Correa, Atilio Molteni, Juan López, Juan Palanconi, Vicente Bringiotti y Nicolás Aragone. Como revisores de cuenta y comisión de asistencia médica, Pedro Aróstegui y Francisco Pérez Torres.

A partir del 20 de Marzo de 1934, por gestión de la Comisión Directiva comienza a funcionar la Sala de Primeros Auxilios, cuyo consultorio era atendido diariamente ad-honorem por el Dr. Raúl Bagnati, quien además hacía visitas médicas domiciliarias a bordo de su característico Ford T.

En 1935 la Comisión Directiva de la U.V.V.A. encarga a la Compañía Boccazzi y Cía. la ejecución de la obra del nuevo edificio destinado a la Sala de Primeros Auxilios y a la Biblioteca Pública, siendo donado el esqueleto de hormigón armado a la Institución por la empresa nombrada.


Entre las futuras concreciones anheladas de aquellos años estaban la Plaza Ader y una sala de exhibición cinematográfica, y ambas se lograron. La plaza fue emplazada entre las actuales calles Estrada (Santa Fé), Dean Funes (Triunvirato), Santiago del Estero y Gobernador Castro, en el terreno donado por las Sras. de Ader y de Grumbaum, y en la década del '40 el club ya contaba con un salón donde se proyectaba cine sonoro (el famoso biógrafo) que funcionó como Cine "Libertad".

Al crecer en las distintas disciplinas, se necesitó ampliar la sede del club y se compraron terrenos en Av. Ader 4041/47/57. En 1968 se finalizó la construcción de la pileta de natación. Sus instalaciones contaban con cancha de básquet, bowling, gimnasio, salón de fiestas, cancha de baby fútbol y la Biblioteca Popular "Martín Guemes".



En el año 2007, por Ordenanza N° 25368, se homologa el Decreto N° 1820 del 10 de junio de 2007, por el cual la Municipalidad de Vicente López acepta el préstamo de uso y goce de las instalaciones del Club U.V.V.A. por el término de 30 años, predio ubicado en Av. Ader 4041/47/57, y fue destinado para que funcionara un Polideportivo y la Delegación Municipal Villa Adelina.

Tere Bertucci.

viernes, 26 de marzo de 2010

El pronosticador del tiempo

El cielo a veces límpido, celeste o turquesa, otras con tonos violáceos, rojizos y anaranjados sobre todo al atardecer; otras con nubes caprichosamente divertidas o amenazantes, frías o suaves como el corderito, algodonosas, o como se nos ocurran. Mi mirada puesta ahí, cuando me levanto, cuando me acuesto, mientras voy en colectivo al trabajo, esperando el colectivo en la estación de Villa Adelina o Panamericana, donde el cielo se puede apreciar en su mayor amplitud.


Nací en el mes de junio, por eso soy de géminis, que es un signo de aire. Mucho tiempo pensé que era por eso lo reiterativo de mi mirada. Pero ahora pienso que no.

Los hijos terminamos repitiendo, mal que nos pese reconocerlo, muchas actitudes de los padres, sin ser concientes de ello. A veces son virtudes, otras veces defectos, costumbres, manías, gestos, maneras de caminar, etc. Hoy reconozco que heredé de mi padre el interés por el cielo. No soportaría vivir en un lugar, como esos departamentos de la ciudad de Buenos Aires, desde cuyas ventanas sólo se ven paredes, otras ventanas, y que, apenas, en determinado horario, se filtra algún rayito de sol, que desaparece a los pocos minutos, para seguir su recorrido.

Comienzo a recordar. Eran las seis de la mañana y papá se levantaba y se preparaba para ir a trabajar a la quinta. Mientras la pava se calentaba para cebarse algunos mates, abría la puerta de la cocina, caminaba unos pasos y miraba el cielo. Primero al norte, luego al oeste, al sur y finalmente al este, por donde aparecería esa estrella gigante llamada Sol.

Esa mirada era suficiente para saber si el tiempo sería bueno o no. Y en esos 360 grados, saber de dónde venia el viento, si lo hubiese.

Mirada y tacto, dos instrumentos indispensables para que este quintero, y seguramente como para la mayoría de ellos, pudiera, en ese primer encuentro con el día, organizar sus actividades.

Con buen tiempo se podía arar, sembrar, cosechar. Si amenazaba lluvia no sería necesario regar. Si la idea era sembrar, había que apurarse antes que lloviese. Les vendría bien a las semillas “un golpe de agua”.

Al mediodía después de almorzar, se recostaba un rato y luego se levantaba. Mientras tomaba unos mates abajo del paraíso, sentado en su sillita baja de paja, miraba el cielo. A veces otras señales lo ayudaban a pronosticar el mal tiempo: el perro panza arriba, las gaviotas que volvían al río antes de las cuatro de la tarde, que en invierno es su horario habitual; las golondrinas revoloteando bajito. El decía que si la luna nueva se hacía con agua continuaba el mal tiempo por muchos días. Si el mal tiempo se componía de noche, iba a seguir lloviendo, lo mismo si caía una helada después de una lluvia. Rara vez el pronóstico le fallaba.

Cuando cantaba la rana o el gallo fuera de hora, el tiempo desmejoraba.Cuando era abundante el rocío por la mañana eso era indicio de buen tiempo. Hay que recordar que alrededor del 1960 Villa Adelina, partido de San Isidro, tenia el 98% de las calles de tierra con zanjas donde se criaban los renacuajos de ranas y sapos. La quinta de los Abriata y la gran cantidad de lotes baldíos, permitían ver el horizonte, con la posibilidad de una rica vida silvestre. En el barrio contábamos además con el molino de la casaquinta de Thames y Pedernera que nos orientaba sobre la dirección del viento al igual que las veletas con los gallitos, que muchas casas tenían.

Habían indicadores seguros de lluvia próxima: las chapas del techo secas al amanecer, el viento del este soplando fuerte durante días, el cielo cubierto de nubes como majada de corderitos. En cambio el viento del norte traía seca.

Recuerdo una vez, un cálido día de marzo, que papá se levantó de dormir la siesta y, tras mirar el cielo, anticipó: “se viene una tormenta brava”. Y expresó ahí su preocupación: ese año había dejado varias mergas (parcelas de terreno) de chaucha para semilla. O sea: no había juntado las vainas para vender, sino que las había dejado para que maduren completamente en las plantas, así se aseguraba la provisión de semillas para la primavera, y se evitaba tener que comprarlas.

 
Ni lenta ni perezosa, mi mamá, Antonia Kortebani, se cambió, preparó un bolso con algo para tomar y algo para comer, y también ella rumbeó para la quinta, que quedaba a más de diez cuadras de nuestra casa de Villa Adelina. Eran tierras que Alicia Buffa había heredado de su padre, y que Carlitos Pastorini, mi papá, cultivaba desde hacía bastante tiempo. Primero había estado allí con mi tío Pedro Pastorini, pero luego, cuando el tío decidió dejar la actividad, se quedó él solo con la quinta. El trabajaba, cosechaba, vendía lo que cosechaba, y se repartía con Alicia parte de las ganancias y de los gastos.

Ese día pasó algo asombroso: cuando mamá terminó de juntar la última chaucha para semilla, se largó la lluvia. Alcanzaron a refugiarse en el invernáculo, donde Alicia, después de la muerte de su esposo, Miguel Mari, cultivaba flores. Antes don Miguel, cultivaba helechos plumosos para vender en el mercado de flores.


Y allí, desde ese lugar vidriado, Alicia y mis padres, miraban asombrados “la tormenta que se había largado”.
- Tenías razón, Carlitos- dijo Alicia que en un primer momento no había creído en la palabra de él.
-Y… son años- fueron las palabras de mi padre.

Hoy día el hombre de campo encuentra en Internet, los noticieros, tanto de la radio como de la televisión, el pronóstico del tiempo minuto a minuto. Pero a pesar de la nueva tecnología y adelantos de la ciencia, no dudo en que siguen mirando el cielo…

Mónica Liliana Pastorini
mlpastorini@yahoo.com.ar

sábado, 27 de febrero de 2010

Publicidad original



La cancha del Parque Cisneros hace 40 años

La cancha del Parque Cisneros se encontraba el predio formado por las calles Rioja, Soldado de Malvinas y Los Jazmines, que en ese momento no existían físicamente y sí en los catastros. Para nosotros esta cancha era el lugar de encuentro obligado durante las vacaciones, los fines de semana o después del cole (escuela Nº12). Eso si los sábados a la tarde jugaban primero los "grandes" hoy diría que eran pibes de 20 años. Después jugábamos nosotros, los chicos.

Eran partidos interminables, pura diversión entre amigos. Mucho césped la cancha no tenia solo los laterales y una de las áreas. Para cuidarlo, mi papa, Rodolfo Lupi y mi abuelo, José Felix Lupi traían la maquina de la Unión Vecinal Parque Cisneros y ahí nos poníamos a trabajar todos.

Otra cosa que recuerdo eran los pinos que había a los costados de la cancha, esos pinos eran otro lugar de juego o simplemente subíamos a uno de ellos y desde ahí podíamos ver la hora que indicaba el reloj del cartel que tenia la fabrica BGH (Hipólito Yrigoyen casi Panamericana), que buena vista que teníamos ¡¡¡¡¡ Que linda etapa de la vida!!!!!!

Fabián Roberto Lupi
(originalmente publicado en www.ciudadvilladelina.com.ar - 21-2-10)

lunes, 22 de febrero de 2010

De Horacio Barros

Fecha: 22/02/2010 12:21:06 p.m.
Asunto: Re: Reenviar: [Villa Adelina en el Recuerdo] De Ana Boado

Hola Tere y Migue: qué hermosos recuerdos sobre todo el de la Maestra Zaida Console!

Les cuento que vivía de la escuela 1 cuadra por Guido Spano para el lado de Carapachay. Tenía 2 hijos: el Cholito y su hija Inés, y al esposo todo ese barrio le decíamos Don Cholo. Después de su casa ya empezaba un gran terreno que era nuestra canchita de futbol y en la cual también hacíamos las fogatas.

Pegado a la casa de los Console había una higuera que tantas tardes compartimos con la barra. Y un detalle: jugábamos al fusilamiento con la pelota contra la medianera de ellos y más de una vez le cortábamos la siesta; nunca una gran enojo.

Por ello este gran recuerdo, cuántas tardes nos daba agua en el medio de un partido. De la cancha sólo nos separaba un alambre que no tenia mas de un metro, por ello cuántas pelotas se cayeron en su terreno.

Gracias por traer este recuerdo.

Guiso carrero para las visitas

Era el 12 de marzo de 1961. Ese día el abuelo Juansú se levantó temprano, limpió su cocina económica, preparó la olla negra de hierro, la tabla de madera para cortar las verduras, afiló la cuchilla. Pero antes, como ya la pava, también negra de tanto tizne, empezó a llamarlo, la corrió del fogón, que tenía cubierto por todos los aros concéntricos de hierro para que no se escaparan las llamas, y se tomó unos amargos. El mate era de calabaza, negro y brilloso por el uso. La bombilla tal vez fuera de plata., no recuerdo, pero parecía de ese noble metal.

Uno entraba allí y a la izquierda estaba la cocina económica y una especie de mesada de madera. Debajo de la cocina económica, hacia la derecha de la misma, los troncos esperaban alimentar al fuego, generosamente. Al fondo ocupando casi todo el ancho de la cocina, una mesa fuerte de madera, rústica, custodiada por una banca pintada de verde inglés, también rústica, larga y fuerte como para recibir a varios invitados.

Hacia la derecha de la entrada, como un viejo ropero, rústico, también pintado de verde inglés. Allí se guardaban, por un lado, las herramientas y por otro todo lo referido a la comida: platos, ollas, cubiertos, vasos, fuentes, etc. Cada estante estaba forrado de papel madera cortado los bordes en ondas y acomodado como si fuera una coqueta carpetita.

El piso era de tierra apisonada, que rociábamos con agua, antes de barrerlo, cuando le ordenábamos la cocina al abuelo. Los días de lluvia, aunque nosotras teníamos nuestra cocina, nos gustaba hacer allí, buñuelitos, tortas fritas o rositas de maíz que saltaban por toda la cocina.

El único adorno que había era un almanaque con dibujos de Molina Campos.

Volviendo a esa mañana, el abuelo también se hizo un tiempito para sacar los aperos y lustrarlos. Los conservaba aunque ya no tenía caballos. Eran de cuero con adornos de bronce, muy bonitos.

A las 11,30 hs de la mañana el guiso ya iba marchando: chorizos, panceta, ossobuco, papas, cebolla, zapallitos, ajíes, y no sé cuantas cosas más.
El abuelo había aprendido a hacer el guiso carrero cuando fue a Mendoza en carreta y en el camino, con la ollita de tres patas que colgaba de la parte de debajo de la misma, con lo que tenía o podía conseguir, hacía ese guiso.

Casi justo a las doce del mediodía, llegó el sulky. El abuelo abrió el portón de madera, de nuestra casa de Villa Adelina, sobre Thames, que era lo
suficientemente ancho para que pudiera pasar el camión con el que se llevaban las verduras al Mercado Dorrego, o para que entre, como en esta ocasión, el sulky de un amigo.

Y el amigo apareció junto con su señora y los pequeños hijos. Era Don Lázaro Peirano, dueño del tambo que estaba en la calle Blanco Encalada, de San Isidro, atrás de la Escuela Nro. 6. Muchos eran los que le compraban la leche en San Isidro, cuando él pasaba con su reparto.

Para la ocasión Don Peirano se había venido con su bombacha, camisa blanca, pañuelo al cuello y botas. Por supuesto no podía faltar el chambergo tan característico de nuestros gauchos y la rastra con monedas. Y ni que hablar de los aperos con que estaba vestido su caballito oscuro, manso, que quedó atado en un paraíso a orillas de la casa.

El día se les pasó muy rápido, entre charla y charla. Tanto el abuelo como Peirano eran carreteros. Había fotos para mostrar, anécdotas para contar, todo matizado con alguna que otra payada con que Juansú los deleitaba, arrancando la risa divertida de los visitantes.

Al atardecer llegó la hora de partir. El caballo volvió al sulky y los visitantes se despidieron con cariño del buen anfitrión.

Mientras tanto se acentuaba el perfume del jazmín del país y de las damas de noche, anunciando el fin del día.

Mónica Liliana Pastorini
mlpastorini@yahoo.com.ar

De Ana Boado

Y sigo con mis recuerdos, y me vienen a la memoria tantas cosas que no es fácil plasmar ordenadamente todo en un relato, pero trato de evocarlos de la mejor manera. Qué loco es todo no?

El otro día me encontré en Unicenter con Raquel Ferraro, y comentamos esto tan lindo de reencontrarnos en un blog, pero después pensé !!! UNICENTER !!! Si es del siglo pasado... somos del siglo pasado... pero parece que estuviésemos dentro de un libro de historia. Esto si que es un volver a vivir !!!!

Recuerdo las calles de tierra, los zanjones, la escarcha en las mañanas de invierno. Desde mi casa -Marcos Sastre 3890- se veía la estación!! Tenia al lado, haciendo esquina con la calle Santiago del Estero, un terreno baldío y allí se hacia la fogata de San Juan, con muñeco y todo, y grandes y chicos lo disfrutaban y todos colaboraban para el evento con inmensa alegría.

Llegó 1951 y comencé primer grado, como dicen "fui a la 12", Domingo F. Sarmiento, que era un edificio nuevo, Av. de Mayo, Virrey Vértiz y Paraná. Todo estaba impecable, hasta el piso de parquet... lustrado!!!! Y había radiadores para calefaccionar las aulas.

Mi maestra de 1º Inferior fue la Sra. Console, seguramente ha sido la maestra de muchos, era excelente y tengo un hermoso recuerdo de ella. En 1º Superior decidieron que los varones iban por la mañana y las niñas por la tarde.

Así fue hasta cuarto grado, año 1955, que se hizo mixto y me pasaron a la mañana. Teníamos como maestra a la Srta. Alicia Patiño, pero también había aulas de varones solamente y tenían maestro.

Y mi maestra de sexto fue la Sra. Fauzon (no estoy segura de haber escrito bien este apellido) que hablaba muy bien francés y nos había enseñado algunas palabras, tal es así que debíamos saludarla por la mañana y al despedirnos a mediodía en francés. Era un encanto de persona.

Yo había comenzado a aprender danzas españolas y en alguna oportunidad baile en el glorioso salón de actos!! Mi breve incursión en la danza española con las hermanas Luengo fue muy importante en mi vida, era muy feliz y disfrutaba todo lo que me enseñaban, participé en los festivales de los años 1954/55 y 1956 en el Cine Teatro Mayo, y la persona que manejaba la iluminación era Juan Magnani. Además, él era quien proyectaba las películas, y el encargado de la boletería del Cine era el Sr. Luján, y su esposa Irma me enseñaba Dactilografía!!! Ellos vivían frente al cine, en una hermosa casona que hoy es el Restaurante Casablanca.

Bueno, me despido hasta la próxima que espero encontrar fotos y seguir con los relatos.

Un cariño.

Ana María Boado
boadoana@yahoo.com.ar

miércoles, 10 de febrero de 2010

El barrio de la abuela Mina

Era el 8 de diciembre de 1965, tomaba mi primera comunión. Estábamos todos los chicos formados en hileras de cinco, el cura, junto a los monaguillos nos invitó a dar una vuelta alrededor de la plaza antes de entrar a la Iglesia. Llevaba, por supuesto, un vestido blanco (hecho por mi abue), con una vincha de tul y organza, guantes de encaje y zapatos blancos.

En el trayecto casi piso un tremendo hormiguero! Seguimos caminando y entramos a la Iglesia. No solamente era el día de nuestra primera comunión, sino que también era el día de su inauguración, faltaban los mosaicos en el piso y los bancos, pero grande fue mi sorpresa, porque cuando empezamos a ingresar se escuchaba un coro, miré a mi derecha y ¿quiénes eran? Mi abue, mi mamá, la tía Billy, el tío Polo y el tío Guillermo (hermanos de mi mamá). A mi izquierda estaba mi papá (don Aquiles) y mi hermano Enrique.

Luego de la misa fuimos a casa en el Buick 8. Un año más tarde, durante el verano del año 1966, estaba por cumplir 8 años, había comenzado a pasar la máquina por la calle Gral. Lamadrid para luego ser asfaltada, por supuesto que a la tarde, luego que la misma terminaba de trabajar, salían todos los vecinos a observar algo tan ansiado. Una vez terminado el asfalto, fui hasta la esquina con mis amiguitas y dejé las huellas de las "skippy" (que todavía están).

Luego, a medida que pasaban los años, continuaron asfaltando las demás calles del barrio, incluyendo la entonces Las Acacias (hoy Soldado de Malvinas), que tomando derecho hacia el oeste, llegaba a la casa de la abuela Mina (apócope de Guillermina) y del abuelo Mundo (apócope de Edmundo). Iba día por medio a visitarlos, pasaba después de ir a la clase de guitarra o desde casa, en mi bici, el trayecto era por General Lamadrid hasta Soldado de Malvinas, seguía derecho hacia la estación, cruzaba la Avenida de Mayo. Entre la avenida y Yerbal había un montañita (por supuesto que la calle era de tierra), pasaba sobre la montañita y seguía derecho hasta Independencia, doblaba a la izquierda, estaba el corralón en la esquina, era la tercera casa.

Siempre decimos que nuestra abuela es la más linda, ¡y lo era! Era de estatura mediana, pelo negro muy finito y ojos lilas, ¡Sí señor! ¡Ojos lilas! y no era Liz Taylor, ¡Era mi abuela! Algunos sábados a la tarde hacíamos algo poco común, como vivía a media cuadra de la Iglesia, llegada la nochecita íbamos a ver los casamientos como si hubiésemos sido invitadas, pero no íbamos a verlos porque conocíamos a los novios, ni tampoco por ver el vestido de la novia, ni por romanticismo, mi tía Billy (apócope de Billiken), cuyo nombre es Esperanza Amada cantaba el Ave María, y mi tío Fernando (su esposo) tenía un Kaiser Carabela (¡enorme!) donde llevaba a la novia de turno.

También, algún día de reunión en la casa de la abue, nos llevaba con mi mamá, mis dos tías y en aquel entonces, mis primitos, a dar una vuelta a la plaza en karting. El dueño de los mismos los colocaba alrededor del mástil y partía desde allí, daba toda la vuelta y terminaba en el mismo lugar. Cuántos hermosos recuerdos...! Veíamos juntas "Buenas tardes, mucho gusto", donde ví por primera vez a quien años más tarde fuera mi profesora de cocina: Chela Amato Negri. Me enseñó a tejer a máquina, al crochet y a dos agujas. En una de las habitaciones había algo a lo que yo le tenía terror: "una mujer sin cabeza" (el manequí), aunque a veces estaba vestida, no sabía por qué. ...Y ahí permanecerá la casa de la abuela Mina, en Independencia 1932, la plaza, la Iglesia, y la vuelta en karting.

Viviana Alvarez Rodríguez

lunes, 1 de febrero de 2010

Como recién salidas de un figurín

Pasado el mediodía del sábado mis tías, Nélida y Rosita Pastorini, llegaban de sus trabajos. Nélida, de 35 años, trabajaba en la Standard Electric (Beccar) y Rosita, de 26 años, en el laboratorio Squibb (Martínez). Antes de almorzar se les imponía el lavado de la ropa, limpiar un poco la casa, hacer la comida.

Corría el año 1961. Después venía la siesta, que todos respetábamos en aquel entonces. La ceremonia obligada de los sábados comenzaba a las 5 de la tarde. Preparaban la mesa, cubriéndola con una frazada y una sábana por arriba. El rociador en el centro hacia la derecha. La plancha debía estar caliente pero no tanto para no tostar la ropa. A las cinco y media, broches en mano, sobre el alambre para tender la ropa, se abrochaba la primera: dura, impecable el color, perfecta la forma. Y veinte minutos después la segunda. Yo pasaba y las miraba, de no tan cerca, para que ningún roce las deformara ya que aún conservaban un poco la humedad del agua. Extrañas, rígidas, reacias a dejarse llevar por la brisa, apenas un movimiento desde esa altura. Permanecían un buen rato hasta que la ceremonia continuaba cuando, con sumo cuidado, se las llevaba al dormitorio, para descansar sobre sendas sillas.

No recuerdo a qué hora mis tías y sus amigas del barrio, partían para ir a bailar al Club Stella Alpina, frente a la estación de Villa Adelina, donde actualmente están las oficinas y estacionamiento de la línea de colectivos Nº 71. Pero seguramente eran bailes que comenzaban mucho más temprano que los actuales.

Y allí iban ellas con vestidos amplios, alegres, debajo de los cuales, se ponían las enaguas almidonadas planchadas horas antes. Y los resultados justificaban el esfuerzo: mis tías parecían recién salidas de un figurín.

Mónica L. Pastorini - 29/01/2010mlpastorini@yahoo.com.ar

Una casa de campo y mis afectos

Un día de verano de 1960. Como siempre la visita obligada a Zule (Zulema López de Gagliardini) de Thames 1050. Una puertita comunicaba ambos fondos, el de nuestra casa y el de ellos. Con el tiempo supe que no éramos los únicos vecinos que teníamos esta modalidad.

Ya habían terminado de almorzar, al igual que nosotros. Zule ya tenía el patio de ladrillos baldeado, la cocina limpia, muy pintoresca: un aparador antiguo con espejo y mesada de mármol, un juego de mesa y sillas de madera, una mesada pequeña y la cocina económica, negra y brillante por la hacendosa mano de la patrona. Colgaban ollas, cucharones, espumadera, colador. A la entrada de la cocina un mueblecito pintado de verde claro: la heladera a barra de hielo (creo que la llamaban conservadora). El hielo se lo traían en un carro envuelto en arpillera.

La casa era de adobe y el techo de chapa. Habían faenado un cerdo por eso se veían colgados de los tirantes del techo de la cocina todos los chacinados. A cada lado de la puerta siempre presentes las ristras de pimientos de la mala palabra, secándose al calor del lugar y siempre dispuestos para que Reinaldo Gagliardini, su esposo, se los comiera en sándwiches que sólo él podía tolerar. Un día el médico le prohibió comerlos, y desde ese día, las ristras desaparecieron de la cocina. Pero siguió cultivando el peligroso manjar entre otras verduras de la quinta que tenía al fondo, ocultos entre tomates y otros ajíes. Yendo con un pan abajo del brazo, retomó a escondidas los sándwiches, con los ajíes recién cosechados. Zulema había cerrado las cortinas del corredor y de la cocina, oscureciendo los ambientes, y se imponía ir a dormir la siesta.

Ella se había criado en la isla; añoraba las madreselvas, las azaleas, las hortensias que en ese tiempo ya poblaban las márgenes de las islas. Había ido a una escuela flotante, y siempre nos contaba el temor que le provocaba ir allí. Después había aprendido a juntar los mimbres y ayudaba a su familia en ese duro trabajo que les permitía mantenerse. Con el tiempo se mudó a la casa de una tía en Villa Adelina, adonde conoció a su futuro esposo.

Gagliardini vivió siempre en Villa Adelina; fue a la escuela de Paraná y Fondo de la Legua, fundada por Domingo Faustino Sarmiento, a la que llegaba a pie por un sendero bordeado de cina cina. En los años 60 era quintero en la quinta de los Abriata. Con el tiempo trabajó medio turno en la quinta y medio turno en la fábrica Cattaneo.

A un costado de la casa estaba el corredor con enrejado de madera, verde, tan característico de las casas de entonces, y que yo ambiciono seguir conservando en nuestra casa, que también lo tiene. Y adelante un pequeño jardincito con laurel de jardín, un níspero y agapantos violetas y blancos. Como en todos los jardines de esa época no faltaba la hoja de salón, siempre brillante y resistente a cualquier impacto climático. El patio con el clásico parral permitía pasar una tarde calurosa casi sin sentirla, y con la dicha agregada, de poder disfrutar de unas ricas uvas chinche.

En el medio del patio la bomba generosa que les brindaba un agua fresca y pura. Pegado a la casa, pero al fondo, estaba el baño, rociado siempre con acaroina, para que se mantuviera desinfectado. Y luego venia el verde total: sauces llorones, un eucaliptus, paraísos, árboles frutales, más parrales, pero ahora en forma de canteros, bajos, como los de Mendoza; la quinta de verduras, los surcos con plantas de frutillas tentadoras.

En lo que ahora es la esquina de Thames y Miguel Cané, Gagliardini tenía uno de los gallineros. Era como una fábrica o taller abandonado, con estructura de hierro y ladrillos de cantos, que formaban paredes finas, semidestruidas. No tenía techo y aún quedaban en su interior como bloques de material con argollas de hierro y resto de las paredes. No sé que habría funcionado allí pero estoy tratando de averiguarlo. Otra parte del gallinero estaba pegado por la derecha a la casa, en el lote contiguo a la misma y por el otro lindaba con la fábrica abandonada.

El cerco que daba a la calle Thames estaba tapizado con plantas de huevitos de gallo, que cuando estaban ya maduros, nos invitaba a deleitarnos las tardecitas del verano. Estaban las conejeras, en parte ocupadas por conejos y en parte ocupadas por los gallos de riña que criaba Reinaldo, separados unos de otros, nunca juntos. Estos animales parecían salidos de una paleta de pintor, por los hermosos colores de sus plumas, pero no nos eran gratos porque siempre estaban al acecho con el picotazo pronto.

Muchas veces he escuchado decir que las personas nos identificamos con los animales que tenemos y tomamos algunos rasgos de él. Esto pasaba con don Tomàs, que caminando parecía un gallo de riña por la postura de su cuerpo y cabeza. El le compraba los gallos a Reinaldo. Nunca supimos el destino último de estos animales. Y no era algo que se nos ocurría preguntar con mis seis y los cinco de mi hermana. No faltaban en la casa los perros: Pinky (chihuahua) y Diana (perra de caza). Y por supuesto una pajarera y jaulitas, pobladas, sobre todo, de jilgueros y canarios.

Debajo de los sauces, Reinaldo y Jorge y Héctor, sus hijos, habían construido una cancha de bochas donde los hombres lucían sus destrezas en los campeonatos que disputaban. Mientras tanto Elvira, su hija mujer, siempre experimentando en la cocina nuevos postres.

Cuando yo nací mi abuela paterna ya había fallecido, y al año falleció mi abuela materna. Con el correr del tiempo me di cuenta que había adoptado a Zulema como mi abuela y a su hija, Elvirita, como hermana mayor. Cuando ingresé a la escuela primaria, ya sabía leer y escribir. Ella, jugando a la maestra, había sido mi alfabetizadora. Teníamos a Juansú, que era nuestro único abuelo (paterno), pero también Gagliardini lo era, adoptivo, pero no por eso menos abuelo.

Hoy quiero dedicarles a ellos este relato, plasmando en palabras lo pintoresco y grato de lo vivido hace 50 años.

Mónica Liliana Pastorini - 27/01/2010

lunes, 25 de enero de 2010

El Campito

Cuando tenía algo más de seis años, sobre la calle Lamadrid entre la actual Soldado de Malvinas y “la cortada” Los Plátanos, a mitad de cuadra, había un “campito”. Estaba compuesto por tres terrenos baldíos, dos de ellos unidos por el fondo: uno desembocaba en Lamadrid y el otro en Miguel Cané, y el restante unido por uno de los costados del que daba a M. Cané. En él los más chicos andábamos en bicicleta (ahí fue donde me largué sin rueditas), jugábamos a las escondidas y cazábamos lagartijas que eran distintas a las que vemos ahora. Aquellas eran color verde y no tenían rayas en la piel. De vez en cuando aparecía algún sapo ó alguna rana salidos de las zanjas de las calles de tierra.

Sobre la calle Cané, donde estaban los dos terrenos juntos, era “la canchita (la primera)”. Allí era nuestro lugar donde hacíamos piruetas con la bici y jugábamos a la pelota. Algunos nombres de aquella chiquillada: José Guarino, su hermano Mario. Abel Sosa. Entre los más grandes Vicente y Mario (hermanos de José), Pedro, Juan (no recuerdo sus apellidos) y tantos otros. Aunque en realidad era el lugar de los “más grandes” así que de vez en cuando, debíamos ceder a regañadientes nuestra pista.

Los días de semana se armaban los “picados”. Quienes jugaban eran los hermanos mayores de algunos chicos y sus amigos. Casi siempre todo comenzaba con un “cabeza” y seguía con “el picadito”. Se interrumpía para el “pan y queso” y ahí sí, se continuaba con unos partidos que casi siempre eran de 5 ó 6 jugadores por equipo, previa corrida de algún integrante para dejar el guardapolvo ó cambiarse el uniforme del colegio. Es decir: se pasaba por “la canchita” antes que por casa. Y eso sí, se jugaba siempre después de clase.

Los sábados por la tarde ó los domingos a la mañana la cosa cambiaba. No era raro que se fuera a jugar partidos en otros barrios vecinos ó que aquellos fueran los visitantes. Hasta incluso alguna vez se hizo un Campeonato donde al equipo “Interbarrios” ganador se le entregó una modesta Copa. Algo para resaltar es que si bien las hinchadas (compuestas en su mayoría por padres, madres y familiares) estaban prácticamente juntas no recuerdo agresiones entre ellas, sí chistes y cargadas ante una jugada fallida que generaba la carcajada general. Y al final siempre había facturas y gaseosa para los más chicos, y salamín y queso, más algún líquido con soda, para los grandes. Cuando ellos llegaban, nosotros, los más chicos, nos corríamos hacia el terreno que daba sobre Lamadrid, donde había un paraíso grandísimo.

Allí nuestra mayor diversión era hacer pozos y teníamos dos modelos: uno era el pozo “simple”. Era un pozo de alrededor de 1,50 mt de diámetro cuya profundidad se correspondía con el largo de nuestras pantorrillas, entonces podíamos sentarnos cómodamente y tener charlas de chicos. El otro modelo era una obra maestra: tenía sillas y horno incorporado. La profundidad era mayor que el anterior. A la altura de las pantorrillas y hacia afuera, hacíamos un semicírculo-pozo del largo de nuestros muslos, de esta forma teníamos silla con respaldo y apoyabrazos. Los asientos eran todos distintos ya que cada uno hacía y tenía el suyo, y no era ocupado (ni pensarlo) por otro de los asistentes.

Al hornito lo hacíamos así: por sobre el nivel del piso del pozo, hacíamos un túnel de piso plano y techo abovedado, el largo era aproximadamente el largo de nuestro brazo entero. Con una ramita (o el brazo) tomábamos la medida, y en ese lugar se hacía la chimenea. Por supuesto hacíamos algunas papas y batatas “al rescoldo” que eran nuestra delicia.

A eso de las 6 ó 6,30 de la tarde terminaba nuestro horario de juego, así que cuando caía ó estaba por caer el sol, volvíamos a nuestras respectivas casas para hacer los deberes. Es de destacar que en este momento se ponían de manifiesto la solidaridad y coordinación que reinaba entre nuestras madres. Y también entre nosotros, los chicos, que se manifestaba en el siguiente diálogo y que también se daba en forma simultánea en nuestros hogares:

Madre- ¡Mirá como venís!
Hijo- ¡Pero má…!
Madre- ¡Andá a bañarte!
Hijo-¡Ufa má…!
Madre- ¡Inmediatamente!
Hijo- Si, má…

Enrique Daniel Alvarez
edalvareztcc@yahoo.com.ar

miércoles, 20 de enero de 2010

Mi niñez en el Instituto San Juan Bosco

Era fines de febrero del año 1966, caminamos con mi mamá cuatro cuadras: media cuadra hasta Soldado de Malvinas (antes Las Acacias), dos cuadras hasta Pichincha, y por esta misma, dos cuadras más y 20 metros. Era una escuela nueva. Nos había recibido un señor alto de abundante pelo negro y bigotes, mi mamá le mostró unos papeles, el señor anotó algo, y luego, dirigiéndose a mí me dijo: "¿así que vas a tener un hermanito?", "sí", le contesté, luego escuché como este señor le explicaba a mi mamá acerca del uniforme, pasaron algunos días y las clases de 1° superior comenzaron, el señor que nos había recibido ese día era mi maestro, era el señor Guillermo Dalponte.

Mi hermano mayor iba a 3° grado, su maestro era el señor Carmelo Paolillo. La escuela constaba solamente de cuatro salones y dos pequeños baños, en la parte trasera del patio había una casilla de madera pintada de verde oscuro, donde funcionaba el jardín de Infantes. Años más tarde, sacaron la casilla, ampliaron los baños, pusieron algunas canillas en el patio y construyeron la dirección, la secretaría y la sala de maestros. Pasaban los años, seguíamos yendo a clase, algunos nos llevábamos materias, otros no, hasta que llegó el tan ansiado viaje de egresados. Por supuesto que fuimos a Bariloche!!.

Tengo las fotos bien guardadas, pero la que veo siempre es la grupal, estamos en el cerro Otto cuando se estaba empezando a construir la confitería. Visitamos otros lugares como Puerto Blest, los Siete Lagos, la Isla Victoria, nos sacamos otra foto grupal donde se veía el Llao-Llao de fondo, y la última foto, en el restaurante del hotel Piedras 1, frente al lago Nahuel Huapí.

Ahora la escuela cambió muchísimo, tiene más salones, más oficinas y un segundo piso. Grande fue mi sorpresa, una tarde cuando salía de mi trabajo me propuse no ir a mi casa, seguí hasta Villa Adelina, con quién me encontré? con los señores Raquel y Rubén Guisoni!! Tantos recuerdos, tantos compañeros, tantas horas vividas en la escuela, y pensar que hace mas o menos un mes, cumplió 50 años!! Y siempre estará ahí, sobre la calle Pichincha al 2000, el Instituto San Juan Bosco.

Viviana Álvarez Rodríguez
Originalmente publicado en www.ciudadvilladelina.com.ar - 19/01/2010

De cómo mi maestra se convirtió en mi tía

Cuando comencé la Escuela Primaria (año 1962), mis padres (Aquiles A. Álvarez y Águeda A. Rodríguez) habían decidido que la comenzara del modo “Particular”. Modalidad que consistía en asistir a clases en la casa de una maestra que brindaba sus conocimientos y luego, a fin de año, rendir examen en una Escuela estatal (en mi caso era la Escuela General Belgrano, sobre Avenida Maipú, a pocas cuadras de Puente Saavedra).

Las calles eran casi todas de tierra, los automóviles muy pocos, así que el trayecto lo hacía casi siempre solo, nunca tuve un problema. En mi caso el recorrido era: Lamadrid, Las Acacias (ahora Soldado de Malvinas), J. V. González, Los Pinos (actual Ucrania). La “seño” vivía en González y Los Pinos.

Recuerdo la pequeña puerta y la tranquera de caño, atravesaba la primera y seguía el caminito. A la derecha había un cobertizo que oficiaba de lavadero y reparo de la bomba de agua centrífuga. Un poco mas adelante (sobre la izquierda) un patio cubierto de glicinas, a esa altura (sobre la derecha) comenzaba el salón de clases. Por el pasillo y unos metros mas adelante y girando a la derecha, ingresábamos.

Cuando me llevaba mi abuela, el recorrido cambiaba. Ella vivía en Independencia casi Las Acacias (entonces doble mano ambas). Íbamos por Independencia, cruzábamos Av. de Mayo y allí doblábamos a la izquierda, en El Indio (donde ya estaba la estación de servicio). Llegábamos hasta Yerbal y ahí, entre las casuarinas (que siguen estando y no eran tan grandes) había un simple molinete y el camino entre algunas mergas (parcelas) con siembras varias. Algo más de dos cuadras por el camino y llegábamos a la casa (y al salón).

Con mi abuela vivían dos tíos (Polo y Guillermo), los dos trabajaban y por supuesto se contaban de sus novias, que no eran conocidas. A los seis años uno no entiende de algunas cosas. La cuestión es que en una de las visitas a la abuela “Mina” (apócope de Guillermina y apellido Conder) mis tíos estaban absolutamente afónicos. Y no solamente ellos, sino también otro tío que vivía en Independencia casi Los Pinos, un amigo de la otra cuadra, otro de la vuelta… Cuando les pregunté qué les había pasado fueron sinceros: “Fuimos a dar una serenata” me dijeron. Conforme con la respuesta… días después pregunté a mi papá: ¿Qué es una serenata? Me explicó que era un tipo de canción ó recitado que los hombres ofrecen a sus enamoradas. En aquellos días la televisión era distinta, así que entre Pedrito Rico, Lolita Torres, Los Panchos y el libro de Romeo y Julieta terminaron de dar forma a la idea.

Así que de esta forma transcurrían mis días: clases, reuniones de familia, donde el motivo era porque sí, y siempre se cantaba de todo: zambas, cuecas, tangos, algún aria, hasta marchas patrióticas. También juegos en la canchita (tema para otra charla), mucha bicicleta y los paseos de fines de semana. Sucedió que en una de las frecuentes reuniones, el clima era de cierto nerviosismo. Recuerdo que estaba con pantalón corto, zapatos lustrados, camisa blanca y peinado “a la gomina” ¿qué tal? Mi hermana con su mejor vestidito y las infaltables vincha y colitas. Mis primos y primas vinieron luego, con el tiempo… Los mayores muy bien arreglados, mi abuelo (Edmundo Rodríguez) y los hombres con corbata, reloj y anillo. Las mujeres con elegantes vestidos, anillos, collares y pulseras. ¿El motivo? ¡El tío Polo (Hipólito) nos iba a presentar a su novia! Todo un acontecimiento.

Si bien el almuerzo sería afuera, la recepción fue en el comedor de diario que estaba en la parte de atrás de la casa y daba al patio. Allí estábamos todos. Llegado el momento alguien llama, mis abuelos atienden, se oyen presentaciones, el consabido “¡m´hija!” y demás. Pero había algo que me era familiar… ¿qué era? Pasos no, era algo más… ¿qué era? ¡Las voces, eso era! ¿Pero de quién? Qué incógnita… Pasos que se acercan, voces, y de repente… silencio con signo de interrogación y exclamación… imagen congelada. La novia de mi tío preguntó: -Enrique… (Yo) ¿Pero vos...? -¿Usted señorita es…? (le dije) Mi tío preguntó intrigado: “¿lo conocés?”. -Es alumno en casa… (Respondió ella también asombrada). Todos los presentes con risas y cara de sorpresa. Así que de esta forma todas las familias nos unimos para ser otra más grande. Por supuesto se casaron y hubo una fecha más para festejar.

La casa donde fueron a vivir estaba construida sobre unos terrenos que el padre de la novia les regaló en la misma esquina de González y Los Pinos. Ya siendo un muchachito, y en una de las tantas reuniones (siempre con muchos presentes) en su casa, le pregunté al tío Polo: “tío, ¿te acordás de cuando le diste la serenata a la tía?” Como estaban presentes todos los que lo habían acompañado aquella noche, dijo: “¿se acuerdan cuando vinimos a cantar?” Y ahí salimos, entre chistes y risas, a ubicarnos donde habían cantado esa vez. El lugar era en medio de la calle Los Pinos, frente a la tranquera de caño que conté mas arriba. En ese momento me dí cuenta del porqué de la afonía colectiva de aquella vez: desde donde ellos cantaron hasta la casa donde mi ahora tía, Leonor Matteri, escuchó el dulce cantar, ¡había más de media cuadra!

Enrique Daniel Alvarez

Originalmente publicado en www.ciudadvillaadelina.com.ar - 14/01/2010

martes, 12 de enero de 2010

Mail de Mónica Pastorini

De: Monica Liliana Pastorini
Fecha: 12/01/2010 08:57:59 a.m.

Miguel: aunque no lo conozco le agradezco sus palabras en relación a mis relatos.

Lo que Ud. nos relata es muy interesante y descriptivo de costumbres de otros tiempos. Es increíble como se va armando una historia de la vida cotidiana de mediados del siglo 20, tan distinta a la actual.

Ud. hace referencia a la caza de ranas para luego comerlas. Yo viví en Thames 1048. Mis vecinos (hace tiempo fallecidos) hacían polenta con pajarito. Eran Reinaldo Gagliardini (tío de los Salvucci) y Zulema López, su esposa. Ella solía visitar a menudo a Haydee Salvucci, su sobrina, a quien Ud. nombra en su relato.

Por supuesto para nosotros también la uva chinche, las granadas y, yo agrego, los higos, eran las frutas esperadas del verano. Mi abuelo nos juntaba racimos y para que no los comiéramos calientes llenaba un fuentón con agua fría de la bomba y las dejaba un rato allí. A mí me gustaba subirme al techo del gallinero y de allí juntar los higos y llenar baldes con ellos. Lo feo era cómo quedaban mis brazos por lo áspero de las hojas de la higuera. Mis tías hacían dulce con ellos, y la casa se inundaba con un perfume indescriptible.

Bueno, le reitero el agradecimiento por sus palabras. Mónica Pastorini

lunes, 11 de enero de 2010

Recuerdos...

Qué lindos recuerdos estimulan los exquisitos relatos de Mónica Pastorini.

El otro día mientras leía, añoraba aquellos zanjones poblados de renacuajos adonde infantilmente acudíamos para intentar pescarlos con un trozo de género a manera de cedazo; los potreros que invadíamos en busca de "huevitos de gallo", los túneles subterráneos que artesanalmente construíamos bajo la dirección del "Chuly" Alfredo García en los fondos de su casa de la Avenida Ader al 4000. Y era su papá, Don Severiano, que junto al mío y otros vecinos amigos se acercaban a la laguna del Parque Cisneros para pescar ranas, divertimiento que por lo general resultaba fructífero. Y luego, cargando las bolsas con las ranas de vuelta a casa del amigo, colaborabamos los más chicos para que en el piletón del lavadero a campo abierto de Doña Rosa de García, se sacrificaran cortándoles la cabeza. Después se las "desvestía", literalmente hablando, en la operación de descuero a cuchillo. Muchas veces, con sus cuerpos acéfalos y desvestidos, nuestros ojitos presenciaron la frustrada fuga de algunas de ellas (impulso eléctrico, decían). Lo mejor del tour culminaba cuando las hábiles dotes culinarias de Don Carlos Prati, junto con los dueños de casa y mi padre, lograban hacernos disfrutar del manjar de su blancas carnes marinadas.

En cuanto Mónica refiere de las quintas e invernaderos, recuerdo que con mis padres y mi hermanita salíamos de casa (en Los Fortines al 3043) y caminábamos alegremente por una calle bordeada de acacias (Avenida de Mayo), para pasar los más hermosos domingos en casa de mi tía Lucía Cichino, en Cosme Argerich y Drago. El tío Francisco Rodríguez, su esposo, sapín y pala en mano, cuidaba del cultivo de aromáticos plantines florales de diversas variedades que a su tiempo llegarían a los Mercados de Capital. Tío Rodríguez sabía hacernos divertir improvisando hamacas con gruesas sogas que colgaba de las ramas tranversales de higueras y nogales. Tenía además árboles frutales con deliciosas granadas y ciruelas, parrales de uva chinche, y otros que solíamos degustar en nuestras frecuentes visitas.

Hace pocos meses pasé por allí y me detuve a charlar con la señora Haydée Salvucci que con su esposo son los actuales moradores del lugar. Poco ha cambiado del frente de la casa, supe que una ventana "ojo de buey" de la cocina se mantiene intacta, no así la que había en el dormitorio de mis tíos y que fue testigo de nuestras obligadas siestas domingueras. Y ya no existe tampoco un tanque de mampostería rectangular de 2 x 2 mts. en el cual se almacenaba agua de lluvia para el riego. Allí también se criaron renacuajos y otras especies de pequeños peces.

La quinta del tío Rodríguez era lindera a la de los Salvucci, lugar en el que mi papá Héctor trabajó siendo adolescente como ayudante de cocina, pero este será tema de un futuro comentario.

Miguel A. Moschiar