domingo, 22 de septiembre de 2013

Almaceneros del barrio

Han pasado más de sesenta y cinco años, sin embargo, aún recuerdo los viejos almacenes.

Nombraré sólo a tres de ellos:

El de Antonio Pita (después fue de Pedro Balboa) ubicado en la esquina de Los Fortines y Guayaquil. Cuando era niño, en las visitas a mi abuela María, moría si no me convidaba con los sabrosos quesos y salames que compraba a Don Pita.

El de Emilio Salomone que estuvo en Los Fortines y Las Floridas anexaba un Despacho de Bebidas. El almacén era atendido por sus hijas Ema y Adela y cubría el abastecimiento familiar de todos los días.  

Otro fue el de Eugenio Parodi, en Los Fortines y Los Ceibos, que además a sus instalaciones agregaba Despacho de Bebidas y Cancha de Bochas.

 
 
 
Por lo general a los almaceneros se los veía detrás de un largo mostrador, mojando con su lengua la punta de un "lápiz de tinta" que siempre apoyaban en una oreja, anotando en una libreta de tapas de hule negro lo que el cliente pedía "al fiado". Aquella libreta era, guardando las distancias, lo que ahora llamamos tarjeta de crédito. En las paredes circundantes se alineaban las estanterías de madera que en su parte baja tenían cajoneras con frente vidriado.

Recordaba aquellas medidas de un cuarto, medio, y de un litro, para medir el vino suelto. Con maestría, apoyaban la damajuana sobre el muslo de una de sus piernas y con una sola mano la sujetaban del "cogote" mientras que con la otra tenían la manija de la medida, que eran unos jarros cilíndricos enlozados de color blanco, algunos ya descascarados por el uso. También estaban los de hojalata, destinados al aceite o el kerosén.

Si la venta era de grasa, manteca o queso, la mercadería se envolvía en papel manteca y con papel de "estraza" le ponían una segunda envoltura. Con el de estraza envolvían los "diez de yerba", de azúcar, de arroz, de lentejas, de arvejas y porotos.

En la venta "al menudeo" el almacenero demostraba su habilidad para envasar. Colocaba la mercadería en el papel y le hacía un doblez. Luego, con las dos manos, tomaba los ángulos y con "una voltereta" cerraba el paquetito que quedaba como una especie de empanada. A los fideos los tomaba con la mano. Dos o tres "puñados" servían para los 10 centavos. Con un último "puñado" agregaba por goteo hasta equilibrar la balanza de dos platos. En uno de ellos estaban las pesas.

Los envases de azúcar o de yerba eran de muy buena arpillera, que luego servía para que los docentes de trabajos manuales, en la escuela primaria, enseñaran a construir los asientos de los banquitos con patas cruzadas. Las de yerba eran bolsas cilíndricas, cerradas en sus extremos, con tapas circulares de madera. Las tapas se clavaban sobre tres palos de escoba. Con ellas, las amas de casa inventaban porta macetas y los chicos las usaban como ruedas para sus carritos.

La variedad de fiambres era reducida: mortadela, salame, chorizos, morcilla y las dos clases de queso -el de rallar y el blando (mantecoso)-. También vendían un fiambre muy artesanal que llaman "queso de chancho".

En frascos de vidrio de boca ancha y tapa de madera estaban los pickles, los ajíes y las aceitunas. Los almacenes más surtidos ofrecían anchoas saladas, que eran envasadas en su país de origen y en latas cilíndricas. Tampoco podían faltar el carbón, las papas y los huevos, que algún vecino vendía de su producción casera o hacía trueque por algún otro alimento o bebida.

El pan era otro artículo del viejo almacén. Alternaban el francés en tiras, y el alemán (era regordete como la quilla de un barco y "migudo"), junto con los bollitos caseros y las tortillas artesanales. Productos del horno de barro, alimentado a leña que había en el fondo de la casa y amasados por la señora. El reparto del pan lo hacían en jardineras con tracción a sangre (Panificación Argentina), que con el tiempo fueron reemplazadas por vehículos motorizados.

La leche de vaca se vendía en botellas (La Martona, Usina Santa Elena) que se distinguían por tener boca ancha y su tapa de fina lámina de aluminio o de cartón encerado. En aquella época, también la leche se vendía en la calle directamente del animal al consumidor como lo hacían los Urabayen, las hermanas Scutti, o en carros como acostumbraron Freire, los Álvarez, los Hnos. Vera y Garín.

En cuanto a las bebidas, el listado no era extenso: el clásico tinto, el blanco y el moscatel que vendían suelto o en damajuanas de cinco o diez litros, o "al copeo".

Por ese entonces, para calentar el cuerpo estaba la ginebra, y el fernet era para asentar la comida. Unos traguitos de hesperidina mejoraban la circulación. Hablar de whisky o de champán era para las altas esferas: no eran artículos de almacén. Entonces, llegaban las fiestas de fin de año y el viejo almacén se alhajaba con las botellas verdosas de cogote dorado. El cognac y la cerveza tampoco podían faltar en el boliche: la negra, la blanca y la cerveza malta (Malta Mamita) para alguna vecina de parto reciente.

El almacenero era quien sacaba del apuro al vecino (con la soda, el vino, el quesito, el salame y los pickles) cuando llegaban visitas inesperadas. Cuando había almuerzo, queso y dulce de batata para el postre.

Los productos de limpieza eran encabezados por el pan de jabón para lavar la ropa (Federal). Alguna vez trajo una llave de premio para una casa. Lo seguían: la escoba de cuatro o cinco hilos, la bolsita de azul para blanquear la ropa "percudida" y la fenelina (acaroína) para los baños.

Los condimentos eran los clásicos: pimentón, comino y una latitas amarillas del tamaño de un dedal, que contenían el azafrán español.

Pasaron los años y el viejo almacenero, aquel que a los niños nos daba de "yapa" un caramelo, se fue perdiendo con el supermercadismo. Sin embargo, quedó en el recuerdo de aquellos niños del treinta o del cuarenta, que acompañaban a la madre y esperaban el gesto que les endulzaba la vida.
 
Miguel A. Moschiar - 22/9/13

Algunos pasajes han sido extraídos o adaptados de: http://weblogs.clarin.com/puebloapueblo/2007/03/16/viejo_y_querido_almacn/

viernes, 20 de septiembre de 2013

Memorias de un emigrante zamorano - Parte 9

MIS TAREAS DE INVESTIGACIÓN

En mi forma de ser siempre estuvieron presentes las tareas de investigación, recuerdo que ya cuando repartía diarios, sabía detenerme muchas veces en el parque Cisneros; este era un lugar de varias hectáreas llenas de pinos, deshabitado, donde solo se veían varias canchas de fútbol que eran mantenidas por los muchachos de la zona. Nunca supe quien era el dueño de esa extensión de tierra que se decía que había vivido el Virrey Cisneros en la única y muy antigua casa que había y que se apreciaba su arquitectura y detalles de lujo a pesar de estar abandonada.

Este parque lo cruzaba todos los días al final del reparto de diarios y como todo aquí era medio salvaje, se veían animalitos de distintas especies al igual que muchas aves que hace años han desaparecido, entre ellas el hornero. Este pájaro es una lástima que ya no esté... construía un nido sobre postes de luz o teléfono o el que fuera, que daba gusto verlo. Era redondo como una bocha, todo de barro y paja, con la entrada orientada al norte; parecía un pequeño horno de barro. Es increíble la inteligencia de este pájaro; la entrada tenía una pared interior en diagonal que simulaba un pórtico y no dejaba ver el interior, además de impedir la entrada de la lluvia.

Muchas veces me quedaba un buen rato mirando como construían el nido y si no era esto podía ser un hormiguero, ranas; había una laguna que tenía muchas, también peces de colores, en fin había de todo y me gustaba observar y sacar muchas conclusiones.

Al día siguiente de una lluvia era común encontrar debajo de los pinos, hongos de los buenos, iguales a los que alguna vez juntaba entre los trigales en mi pueblo, algunos eran grandes, casi del tamaño de una boina vasca. Mamá los llamaba cocorriles.

Siempre recuerdo las palabras del profesor de Física del industrial Sr. Di Lorenzo: Nunca se conformen con saber que algo sucede... lo verdaderamente importante es saber por qué sucede...

Con los años sería yo quien diera este sabio consejo a mis alumnos, también lo utilicé en muchos escritos siempre mencionando al Sr. Di Lorenzo.

Con estas palabras quiero decir que siempre se me dio por la investigación no solo en electrónica, también en otras ramas de la ciencia. El resultado han sido algunas patentes y registros que me han otorgado en el INPI (Instituto Nacional de la Propiedad Industrial) y de la Dirección Nacional del Derecho de Autor. Acompaño algunas copias de la carátula de algunas patentes, las últimas otorgadas el 8 de Octubre de 2004 y el 26 de Octubre del mismo año.

Debo decir que llegaron a cansarme en el INPI con las vueltas que me dieron en la gestión de cada patente, a tal extremo que abandoné muchos intentos de otras cosas interesantes.

Hubo muchas "cosas extrañas" en las actuaciones, vistas y observaciones irregulares; terminé por abandonar varios trámites y como ya dije otros no iniciarlos. Le quitan las ganas a uno.

Tengo que decir que yo lo hacía completamente todo, los escritos, planos, circuitos, reivindicaciones, contestaba las vistas etc. etc. ya que encargarle estas tareas a una agencia de patentes cuesta mucho dinero, que yo no tenía. Pero que voluntad de continuar las gestiones me puede quedar cuando por ejemplo, la última, otorgada el 26-10-04 se comenzó el trámite el 02-09-94... ninguna tardó menos de 6 años y siempre "paseando" por los pasillos y oficinas.

Llegamos al colmo cuando un día, también de Octubre de 2004 (que sugestivo, no?) recibo dos notificaciones del trámite de dos patentes. Cuando vi los sobres me puse contento, me dije, por fin, después de tantos años salieron...

Una parte del texto de dos carillas decía: 
LA ADMINISTRACIÓN NACIONAL DE PATENTES DISPONE: ARTÍCULO 1º.- Declarar el desistimiento de la solicitud Nº P19960103770 presentada con fecha 26-07-1996 por Fuentes Gregorio con domicilio legal. etc. etc.

El otro sobre decía exactamente lo mismo con la única variante del número de la otra patente... Me acababan de "limpiar" dos patentes muy interesantes. 

Vean el título de una de ellas para darse una idea: 
"UN PROCEDIMIENTO DESTINADO A LA LECTURA DIGITAL DE LA PRESIÓN EXISTENTE EN LÍQUIDOS O GASES MEDIANTE UN SENSOR DE EFECTO HALL APLICADO EN UN MANÓMETRO". Alguien podría pensar que después de haber invertido tanto tiempo y dinero en estas dos gestiones de patentes podía desistir de ellas, cuando ya estaban todos los trámites hechos??... no señor, estaba esperando su otorgamiento, nunca hubo un aviso previo ni nada...

Bien, hasta aquí llego con el relato que pienso es bastante abundante, sin embargo todavía queda mucha tela para cortar... pero con lo expuesto es más que suficiente para expresar las vivencias de este zamorano que salió de su tierra cuando todavía era "un brote verde y tiernito" y terminó de madurar en otra tierra que aceptó el transplante. Espero no haberlos aburrido con la exposición, solo me queda agradecer nuevamente a mis compatriotas por haberme tratado como un hermano, verdaderamente es lo que siento, y decirles que nunca olvidé nada de mi patria a pesar de mi corta edad.
(con esta última nota damos por finalizada la transcripción de fragmentos del libro "Memorias de un emigrante zamorano", de Gregorio Fuentes.)
Miguel Angel Moschiar

lunes, 16 de septiembre de 2013

Memorias de un emigrante zamorano - Parte 8

LA VIDA CONTINÚA... EL TALLER, LAS VILLAS

Efectivamente, la vida continúa, ahora trabajando en el taller de reparaciones de equipos electrónicos. Para este tiempo, tenía dos clientes importantes que me daban entre ambos más del 50% del trabajo, uno era una casa de artículos para el hogar en Munro, se llamaba Uramar (el comercio) y el otro un fabricante de televisores (Mario L. Ferreira Teixeira) con la marca Weimar en sus televisores.

Todos los días tenía entre 4 y 8 televisores para reparar en domicilio, casi todos en alguna Villa de Emergencia (comúnmente llamadas Villa Miseria).

Como se imaginarán, soy uno de los pocos que conocen bastante bien a esta gente, como son, como viven... yo tenía que convivir con ellos por un rato, en el interior de sus muy modestas "casitas" hechas con cualquier cosa, maderas de cajones de manzana, latas viejas, chapas de cartón etc.

Mi conclusión con respecto a ellos y su modo de vida, es la siguiente: El 95% de la gente es muy buena, solidaria y trabajadora. Son pobres, pero honrados, no ladrones como suelen calificarlos a todos por igual...

Lo que pasa es que tienen un coeficiente y nivel de educación relativamente bajo, no en todos los casos por supuesto, a lo que debemos agregar que debido a esto, suelen ser explotados fácilmente por gente inescrupulosa [sic] que nunca falta y principalmente políticos que solo se acuerdan de ellos cuando hay elecciones.

Pero hay un 5% de delincuentes de todo tipo, que habitan la villa, mezclados entre la buena gente; no son residentes, la usan de aguantadero [sic]; Estos son los que "hacen tanto ruido" que luego los demás habitantes del país los involucran a todos por igual, como decimos vulgarmente "los meten en la misma bolsa" y los quieren quemar a todos.

Deben saber que ese 95%, los buenos, son los que menos los quieren y son quienes más desean la presencia policial (aunque a alguien le parezca mentira) que les permita vivir con mayor tranquilidad y seguridad, porque ellos los sufren más que nadie y no pueden hacer nada... pero, claro, quien le va a dar "bola" a esos "villeros de m..." [sic].

No saben lo equivocados que están. Después de convivir años con ellos (en esas visitas diarias de service) de entrar con el auto hasta donde podía (luego había que seguir a pie) creo que tengo suficiente autoridad para opinar. Nunca me pasó nada ni a mí ni al auto y fui siempre tan bien atendido como lo sería un médico seguramente. Si caía al medio día, como sucedía muchas veces, me invitaban a comer y se molestaban bastante porque no aceptaba el convite, pero realmente tenía mucho que hacer y no podía detenerme.

Lo que sigue marca lo escrito sobre esta gente: Terminada la reparación, mis manos estaban negras de polvo y hollín; téngase en cuenta las condiciones en que viven... el interior del televisor estaba lleno de polvo ya que adentro de la vivienda era medio parecido a estar afuera, por las rendijas que tienen las paredes. En una ocasión, reparé un televisor cuyo defecto fue provocado por un ratón que se metió, provocó un cortocircuito y no funcionó más. Cuando saqué la tapa allí estaba el pobre bicho, electrocutado... Era común encontrar toda clase de bichitos y alimañas muertas en su interior además del polvo. Bien, sigamos con mis manos sucias.

No bien terminaba el trabajo y sin decir ni pedir nada, ya tenía preparada una palangana con agua, un jabón nuevo y una toalla limpia impecable.

Esto que parece una nimiedad, no es tan así, esta gente y los que componen la villa, suelen tener una canilla que los provee de agua a todos; Pensemos que algunos viven a 400 metros o más de esa canilla y que generalmente hacen cola para llenar un par de baldes y llevar agua a sus casas. Con esto quiero decir que esa palangana con agua y esa toalla limpia, no significa lo mismo en una buena vivienda de clase media que en esos ranchitos...

OTRAS ACTIVIDADES

Más adelante me puse a fabricar televisores, la marca de fantasía (sin registrar) era Tevesonic, puse un amigo que había sido corredor libre, experto en ventas domiciliarias llamado Luis Esponda, quien a la postre sería uno de mis mejores amigos y algún otro vendedor. Las cosas andaban bien y alquilé un local, continuaba con las ventas domiciliarias y también al público en el comercio.

Luego agregué muebles y más artículos a medida que iba creciendo; también traje a trabajar conmigo a mi hermana Pilar, que lo hizo durante unos años. Esta actividad la desarrollé durante unos 20 años más o menos, en ese tiempo estuve alejado de la electrónica completamente, o sea que mi actividad era netamente comercial y me iba bastante bien, hasta que nuevamente cambió la suerte.

Me metí en una sociedad con dos amigos para comprar una estación de servicio (creo que en España le dicen gasolinera) y nos estafaron a los tres. Quedamos medio a los tumbos [sic].

Luego me estafó el "hombre de confianza" que tenía en el negocio (puso otra mueblería con lo que me robó) y para remachar los clavos, como decía mi madre, en la década de los 90, durante el gobierno de Menem las cosas iban cada vez peor así que liquidé todo y volví a mis viejos amores: la electrónica y Radio Instituto. Digamos que unos años antes ya había empezado nuevamente a ponerme al tanto de los avances que se habían producido en ese "bache" tan grande que estuve alejado y estaba recuperando terreno rápidamente.

Radio Instituto tampoco pudo escapar a la debacle económica de esa época y me encontré con los "restos". El edificio de la Av. Rivadavia donde se dictaban las clases personales se había vendido y naturalmente ya no se daban más clases. Quedaba solo una oficina donde todavía continuamos con la enseñanza a distancia, pero la economía no alcanza a despegar.

Es simple de entender: Mientras la clase obrera no tenga salarios dignos que le permitan vivir y ahorrar un poco, nosotros no podremos crecer, porque trabajamos con ellos. Ahí está nuestro caudal de alumnos. Pero no perdemos las esperanzas que todo repunte nuevamente.

Pero también este retorno tiene su parte sentimental y romántica... Me encuentro nuevamente con Gladys Beatriz Paz que había sido compañera en las oficinas de la escuela en la "época de oro", cuando estábamos en la calle Billinghurst 543 de Capital Federal y yo era uno de los profesores, andábamos por los 20 años más o menos en aquel entonces. Y bien, lo que no pudo ser en aquella época se cristalizó en ésta.

Hoy somos un matrimonio que se quiere bien, nos llevamos tan bien que hasta discutimos y todo... un poquito bahh (en los matrimonios que no existen discusiones, algo no anda bien...).

Además debo decir que sin ella no se que hubiera pasado conmigo; fue la más fiel y diligente compañera que Dios o mi Ángel de la Guarda (ojo que es de los buenos...) puso en mi vida.

Ella estuvo a mi lado en dos infartos que tuve, gracias a Dios pequeños, pero infartos al fin, se movió por todas partes en los hospitales que estuve internado y realizó gran cantidad de trámites que son necesarios para el ingreso al programa de España Salud, como así también en la pre y post cirugía cardíaca (fui operado el 03-02-04). Una joyita. Al principio de la presente biografía me refiero a este hecho y como mis compatriotas de Buenos Aires, ante la urgencia del caso me allanaron velozmente el camino para asociarme.
(siguen los relatos fragmentados de este libro)

martes, 3 de septiembre de 2013

Memorias de un emigrante zamorano - Parte 6

EL 6º GRADO

A raíz de este episodio, me puse a pensar seriamente que así no se podía seguir, no era posible llegar tarde tantas veces y encima todavía me faltaba cursar el 6º grado, el año próximo, pero yo quería seguir en el turno de mañana ya que todos mis amigos del barrio iban a este turno y por la tarde nos dedicábamos "a jugar a todo", a la pelota, lucha a caballo, boxeábamos (un chico tenía guantes de box del hermano, eran de entrenamiento), hacíamos "casitas" en los árboles y también bajo tierra (cavábamos pozos enormes y luego le poníamos techo con maderas que después cubríamos con tierra) y ya cuando comenzaba a hacerse oscuro, teníamos la "aventura" .... ir a "robar" frutas de los árboles que tenían en su terreno muchos vecinos no tan cercanos a nuestras casas.

Convengamos que hambre no teníamos, fruta era lo que sobraba en nuestras casas, no teníamos ninguna necesidad de hacerlo, pero daba la impresión que "esa fruta", robada, siempre era más rica...

La única realidad era, como ya dije, la aventura, el riesgo de recibir algún sopapo si nos agarraban, de hecho, más de una vez hemos tenido que salir corriendo perseguidos por el dueño de casa, claro, a esa edad éramos más veloces que una liebre; siempre logramos escaparnos.

Solo lo hacíamos por el ánimo de la aventura y jamás se nos ocurrió llevarnos otra cosa que no fuera algunas frutas como ya he dicho.

Bien, si me pasaba al turno de tarde, me iba a perder todo esto ó buena parte y no estaba dispuesto ha hacerlo, por lo tanto y con más razón ahora que en la escuela sabían de mi actividad y eran más permisivos continué en este turno, pero además decidí hacer el 6º grado libre, aprovechando que estudiar no me traía muchas dificultades.

Claro que esto me iba a demandar un esfuerzo adicional que yo mismo no sabía cómo lo iba a resolver; tenía que seguir haciendo el reparto como siempre, continuar con el 5º grado en la escuela 12 como siempre, pretendía jugar y hacer todas las travesuras dichas y además ir a una maestra particular que me preparara para rendir a fin de año, el 6º grado en el Ministerio de Educación...

La maestra particular resultó ser una mujer muy buena, también joven, llamada María, que era clienta del reparto que hacía papá. Las clases eran tres veces por semana de 2 horas cada una, si mal no recuerdo.

Como todos se imaginarán, este tiempo, más el de ir y venir, había que debitarlo de la juerga con los demás amigos del barrio. Pero digamos que valió la pena el esfuerzo ya que todo anduvo bien y conseguí hacer los dos años en uno sin desatender el reparto, solo un poco el estar con los amigos en esos días. Además, de este modo conseguí recuperar el año perdido a causa de la fecha de llegada al país y no tener residencia para vivir todavía, como ya he dicho más arriba.

"SEGUNDO TIEMPO" EN MI VIDA

En esta segunda etapa en la vida de una persona suelen suceder los acontecimientos más importantes, los que van a definir su futuro como persona, en todo ello, uno mismo tiene mucho que ver pero, pero hay un porcentaje de imponderables que en la pubertad y adolescencia tienen gran importancia y que algunas veces no los sabemos manejar y otras no podemos o no está a nuestro alcance poder hacerlo.

Lo que es seguro, que en la mayoría de los casos, los que vienen de "buena pasta" estarán sometidos a los mismos avatares que todos, pero sabrán asimilar todo lo bueno que la vida les presenta y descartar todo lo malo, sin desconocerlo, y atención, que esto es importante.

Estas cosas generalmente se aprenden en la "Universidad de la calle..." que nadie debe menospreciar ya que es una parte importante de nuestras vidas.

Yo siempre dije, Todos,... absolutamente todos, sabemos que es lo que está bien y lo que está mal, hasta el más tonto lo sabe... ahora... según hacia que lado se incline podremos decir si es una buena persona o no lo es tanto...

Comienzo a estudiar Electrónica en el viejo EINSI, Escuela Industrial Nacional San Isidro. Todos sabemos que las escuelas industriales tienen doble jornada; a la mañana teoría y por la tarde práctica en el taller. Aquí ya no podía realizar el reparto de la mañana, había que entrar a las 8 en pleno corazón de San Isidro, viajaba en el colectivo 4, luego 304 y actualmente 343. Un servicio muy malo con pocos coches. Para entrar en él, en Villa Adelina, había un inspector de la línea en esa parada, que estaba justo en la entrada de mi escuela primaria, pues bien, él mismo abría la puerta de emergencia de atrás, "nos daba un pie" para subir (poner las dos manos unidas y usarlas de escalón) y así entrábamos al colectivo un grupo numeroso de niños que luego bajábamos casi al final del recorrido. No cabía un alfiler y sin embargo seguía subiendo gente, claro, de vez en cuando bajaba algún pasajero, pero la mayoría lo hacía en San Isidro.

En ésta época el reparto (el que yo hacía) lo trabajó un muchacho durante un tiempo, luego lo hizo Antonio Miñambres, padre de Modesto Miñambres, quien también es actualmente un directivo del Centro Zamorano de Bs. As. Y finalmente mis hermanos (los dos juntos) Pilar y Miguel, bajo la tutela de mamá que los acompañaba. Este trabajo no podía sostenerse en estas condiciones, por lo que al poco tiempo se lo hemos vendido a quien era un amigo y cliente del reparto de apellido Toledo (no recuerdo el nombre) que trabajaba en la fábrica de mosaicos de Marcelino Ramos, español, también cliente nuestro, con lo que se acabó este tema, también para mis hermanos.

Cuando yo regresaba a casa después de las clases de taller en el industrial, ahora me esperaba otra tarea. Hacer un pequeño reparto de diarios de la tarde. Un reparto que papá le compró a un señor, Juan Puplo. Para tener una idea de cómo era Villa Adelina en ese tiempo, como comentario al margen, diré que este hombre hacía el reparto con un sulky tirado por un caballo.

Ahora papá tenía un reparto a la mañana y otro a la tarde. Buena parte del recorrido de éste reparto coincidía con el de la mañana, por lo que había algunos clientes que compraban los dos diarios; el matutino y la 5ª edición, primera de la tarde, luego, más bien entrada la noche venía la 6ª, ésta ya era exclusiva para los quioscos. No había repartos de la 6ª.

En este momento debo decir, principalmente para quienes no conocen, que una escuela industrial exige del alumno tiempo completo. No es posible estudiar del modo que yo lo venía haciendo, al tener que trabajar no queda tiempo. No hay duda que los padres quieren lo mejor para sus hijos pero en ocasiones no se dan cuenta que se les exige lo que humanamente no pueden dar, por más capacidad que tengan, es así que no terminé en el industrial, continué mis estudios de electrónica en una escuela privada, la más importante del país en ese tiempo Radio Instituto, fundada en 1937.

Aquí sí, me permitía desarrollar otra actividad y me sobraba tiempo.

Digamos que siempre tuve que trabajar, desde los 9 años...
(continuaremos con estos textos fragmentados)

domingo, 1 de septiembre de 2013

El Chiche

Relato de Enrique Daniel Álvarez

Desde pequeño viví en Villa Adelina, cuando las calles entre Yerbal y Fondo de la Legua eran de tierra y había también, muchos terrenos baldíos. Recuerdo que a mi papá le gustaban los animales y las plantas, dada su inclinación por la Agronomía. Carrera que se vio frustrada por el mandato de la familia, donde la mayoría de los integrantes eran docentes. Con el tiempo logró conjugar trabajo (nunca ejerció como docente) y vocación, entonces teníamos gallinas, pollitos, gallo. Quinta con frutales, una cotorra, un jilguerito y un perro: Rabito.

En aquellos años de infancia sobre la calle Lamadrid, donde se corta la calle Los Plátanos, y justo enfrente de la entonces vieja casa que alguna vez albergó a la Escuela 12, hubo una carbonería. La misma era atendida por sus dueños, un matrimonio que tenía dos hijas. Estaba en la planta baja de la misma casa de alto que podemos ver hoy día.

El negocio comenzaba con su actividad todos los días, bien temprano, a las 8. A esa hora se levantaban las cortinas, se sacaba llave a la puerta y el dueño, Don Domingo Iommi (nacido en Laboulaye, provincia de Córdoba, en Julio de 1914), abría el portón de caño y alambre tejido, empujaba el portón corredizo del establo y ahí con la primera luz de la mañana disponía los atalajes de quien sería su fiel compañero durante la jornada de trabajo que estaba comenzando. Una vez todo listo se cargaba el carro: fardos de alfalfa, bolsas de cereales y demás.

El último mate (el del estribo), beso y arriba del carro. Recuerdo que Don Domingo tensaba un poquito las riendas, hacía dos ó tres veces un sonido parecido a un beso en el aire y agitaba brevemente las riendas. El caballo reaccionaba tensando sus músculos y se balanceaba hacia delante como buscando el peso que debía arrastrar, cuando se sentía firme en el suelo bajaba su cabeza un poco, un breve empujón, las ruedas hacían un leve movimiento y ahí salían los dos al pasito, a repartir la mercancía.

Marcela Sidera (nacida en Le Marche, Italia, en Octubre de 1923) la esposa de Don Domingo, se ocupaba del negocio mientras su esposo hacía el reparto.



Se entraba al local y a la izquierda estaba el mostrador, con la balanza de un lado y del otro, el exhibidor de las pomadas para los zapatos. Apoyadas en el suelo y recostadas en el mostrador, estaban las bolsas de los alimentos. Había avena arrollada, maíz entero y partido, pisingallo, trigo con cáscara. Mijo, alpiste, “mezcla para canarios”. También alimentos balanceados para “ponedoras”, “mezcla” y “pollito bebé”.

Atrás estaba la estantería, en un sector había “alpargatas”, hormiguicidas, acaroína. En otro, fluido para los caballos, mechas para las lámparas de kerosén y cepillos. A la derecha de las bolsas estaban las escobas y los escobillones. En el centro del local estaba la báscula donde se pesaban las bolsas que se compraban y vendían (y donde nosotros los chicos del barrio también nos pesábamos). Al fondo del local estaban las bolsas de papas blancas y negras, el carbón, bolsas de granos y en un costado el tambor del kerosén, que se vendía suelto.

La distancia que separaba nuestras casas era de cuatro terrenos, que en esos años estaban desocupados, así que desde el alambrado del fondo de casa podía ver hasta el fondo de la casa de ellos.

Mis padres no sólo tenían buena relación con ellos por lo comercial. Sucedió que una vez habíamos salido y el perrito que teníamos (Rabito, porque era rabón de nacimiento) se quiso escapar, algo que sabía hacer muy bien, nada más que esta vez saltó por una de las rejas quedando en el aire… Cuando Domingo oyó los gritos desesperados del animalito miró hacia casa y lo vió en esa situación. Fue hasta allá, abrió la puerta de calle, entró y sacó al pobre bicho del casi fatal apriete, un gran gesto.



Cuando llegaba el mediodía volvían caballo y dueño. El dueño con la patrona almorzaban arriba. El caballo en su establo disfrutaba de la alfalfa. Los dos se habían ganado la comida y el breve descanso.

Luego de la siesta el trabajo era distinto, había que ir a comprar mercadería que a veces era para varios días. Así que muchas veces el esfuerzo era grande. El animal traía bolsas y fardos esta vez con la cabeza un poco inclinada hacia abajo, estaba haciendo fuerza. Pero no era sólo llegar, había que descargar y acomodar. Recuerdo que mientras Don Domingo completaba su labor, el fornido compañero a veces miraba hacia atrás como diciendo: ¿ya está?

Con todo acomodado se volvía a abrir el portón, entraban juntos, y a desatar al blanco amigo. Palmazo en el anca y a correr por los terrenos. El recorrido era pegado a los alambres tejidos, veloz, casi frenético. Daba como tres ó cuatro vueltas. Tiraba coces al aire, se paraba en dos patas, daba pasitos, relinchaba, se revolcaba panza arriba. Esa era su manifestación por haber terminado con su jornada de trabajo: con alegría. Luego venía el baño y a guardarse en el establo para el pienso de la noche.

Pasó el tiempo, un personaje de este relato partió allá por 1986, otro se escapó y a otro lo tomaron prestado sin avisar y sin permiso. Cosas que suceden.

Cada tanto mi nieto Leandro pide ir a ver a la bisabuela, así que vuelvo al barrio seguido. Charlo con los vecinos y casi siempre puedo cruzar algunas palabras con Marcela recordando esos tiempos que pasaron tan rápido.

Y entre recuerdo y recuerdo a veces me dice: “¿Te acordás cuando Mingo soltaba al Chiche?”

Enrique Daniel Álvarez
edalvareztcc@yahoo.com.ar

Miguel Lafuente 
En la página 605 de "Villa Adelina, una historia lineal" dice: Marcela Sidera es hija de José Sidera (nacido el 29 de mayo de 1900) y de Elena A. Tombesi, (nacida el 14 de mayo de 1899) que era hija de Antonio Tombesi. Marcela tuvo tres hermanos: 1º Nélida, nacida el 21 de setiembre de 1922, casada con Omar Moschiar en diciembre de 1936 y son padres de José y Haydée, 2º Marcela Nazarena, nació el 8 de mayo de 1928, casada con Oscar Cecé, padres de Héctor y Juanita. 3º Elena, nacida en 1931, casada con Romeo Fabi. Marcela es la tercera hija del matrimonio Sidera-Tombesi y fue durante 4 años operaria de "Lozadur", donde ingresó a los 14 años. Recuerda que en la Fábrica no existían relojes y las jornadas eran agotadoras, y muy duras las exigencias. Fue compañera de Nilda Delia Cedro, la esposa de Umberto Maggiolini, hijo de María Mirta Abriata.

Gracias a Enrique D. Álvarez y Miguel Ángel Lafuente