Hubo en nuestro pueblo un médico "gaucho", de humildad sin límites, que supo atender a todos sin distinción de clases, razas o credos. Bastaba con confiarle algún impedimento económico para que, presta y desinteresadamente, acudiera en auxilio del quien lo necesitase sin pensar en cobrar honorarios. Muchas veces lo vimos pasar por las cocinas de las casas en horas cercanas al almuerzo o la cena y levantar las tapas de las ollas para percibir los aromas de cocción de un buen puchero, aceptando gustoso la invitación de sentarse a la mesa para compartir como un familiar más, a manera de retribución por sus servicios.
Corría el año 1942 o 43 cuando me contagié de Difteria. Mi estado se agravaba con el paso de las horas y en casa mis padres desesperaban por ello. El Dr. Ghersi luego de una segunda visita domiciliaria dispuso mi urgente internación. Puede decirse que su idoneidad profesional y firme disposición ejecutiva fueron los factores fundamentales que salvaron mi vida.
No había tiempo que perder, por lo que puso su automóvil (recuerdo su Ford '39) a disposición y le dijo a mi madre que me preparara para el traslado, mientras que yo, febril, dolido y asustado, trataba de explicarme en mi cabecita de niño qué estaba sucediendo. Lloraba mucho y me impresioné aún más cuando llegando al frente de mi casa pude ver cómo unos hombres enfundados en níveos mamelucos con capucha y barbijos, bajaban extraños aparatos que luego supe eran para desinfectar rápidamente los pocos ambientes que aquella poseía.
Transitamos por Fernández Espiro (como se llamaba Paraná, lado Vicente López) y al llegar a una de las primeras jugueterías del barrio (La Gloria, también Tienda y Mercería, propiedad de Aurelio De Paoli y Señora) el Dr. Ghersi detuvo el auto y señalando la vidriera de ese negocio me preguntó cuál juguete de los exhibidos era mi preferido. Había una multicolor concertina que me gustó siempre pero que mis padres no podían comprármela, y sólo bastaron pocos minutos para que el médico "gaucho" la depositara en mis manitos, eficaz paliativo para cesar los llantos y al tiempo, atenuar psicológicamente mis dolores.
Así, llegamos y quedé internado en el la Sala de Infecciosos de Hospital de Niños de la Ciudad de Buenos Aires, con aislación absoluta por cerca de dos o tres semanas. Recuerdo a mi madre, que diariamente llegaba hasta la ventana frente a mi camita sin poder siquiera darme un beso o mimarme. Y allí quedó, vaya a saber uno para quién de los chicos que continuaban internados, el regalo que me hiciera el Dr. Ghersi.
Pasaron 67 años, y nunca podré olvidar a este sencillo médico de pueblo que pasó a ser con el paso del tiempo un eminente Neurocirujano argentino, querido y respetado en todo el mundo.
Gracias! Muchas gracias Dr. Julio A. Ghersi por su trato tierno, cuasi paternal, hacia mí y mi familia toda. Quedo convencido de que -como yo-, debe haber mucha gente en Villa Adelina y alrededores que tuvo el privilegio de recibir las bondades de su ciencia entregadas con total llaneza, cordial y caritativa.
Miguel A. Moschiar
Estimado Miguel Angel: la biografía del doctor Julio Alberto Ghersi, ocupa las páginas 118 a 125 de mis apuntes históricos de Villa Adelina. Toda la información me la proporcionó la señora María Luisa Calmels (que fue su esposa en segundas nupcias) y las hijas: Martha Sofía (farmacéutica) y Silvia Haydée (que es odontóloga).
ResponderEliminarEl tenía su consultario (cuando era vecino de la Villa) en Los Fortines y Guayaquil, que compartía con su primera esposa (obstétra).
Estoy copiando tus recuerdos para agregarlos a los que logré reunir.
Muchas gracias, un abrazo,
Miguel.