domingo, 31 de enero de 2016

Del libro "Adelina... la Princesa" - Francisco Diurno (1991)


ACLARACIÓN FINAL
La presente aclaración, se expone, para que el lector ávido de conocer en todos sus detalles el entorno laberintoso que rodea la composición de una obra con personajes reales, conozca los orígenes por el cual me impulsaron a transitar por él, tratando en lo posible descifrarlo, dándole claridad; buscando reivindicar los nombres de los que de algún modo, descollaron en hechos positivos que redundaron en beneficio de la humanidad, como ha sido el caso de Duncan Mackay Munro.
 
Por otro lado; conocer los motivos por el cual nació la inspiración de presentar la novela "ADELINA... LA PRINCESA" del modo expuesto y todo lo que existe de veraz en lo que se ha leído. Por tal motivo, haré una breve reseña relacionada con el argumento que contiene el presente libro y, las causas que me incitaron a publicarlo de este modo.

Como aclaré en el prólogo, varios fueron los comerciantes y dirigentes de Instituciones que me alentaron para compilar en un volumen, todos los antecedentes de la verdadera historia de Villa Adelina.

El entusiasmo mayor comenzó a vigorizarse una vez publicada mi sexta obra "Historia y Leyendas del Tuyú". Como la historia de Villa Adelina no iba a tener mercado de venta fuera de ella, surgió la idea de que fuera financiada por los comerciantes y las Instituciones de la localidad, mediante la adquisición anticipada de ejemplares al costo real. Con esa premisa me dediqué de lleno a la tarea.

Transcurrieron algo más de dos años investigando y escribiendo la historia que ya me fascinaba. Hallé varias contradicciones que se precisó mucho tiempo para descifrarlas, como fue la correcta identidad de Adelina y su familia; la construcción y pertenencia del denominado "castillo" y la compra-venta de las tierras donde se levanta la "Torre Ader", además de otras erratas de menor importancia.

El motivo por el cual me había prestado a trabajar tanto sin la obtención de beneficio alguno, para que Villa Adelina tuviera en un volumen toda su historia, se debía, principalmente, a mi currículum:
Durante 48 años he vivido en ella; tuve comercio propio y desempeñé distintos cargos en las comisiones de varias Instituciones: Secretario de la Sociedad de Fomento "Unidad Villa Adelina"; Tesorero de la "Sociedad de Fomento y Biblioteca Popular de Villa Adelina"; fundador directo de la Sociedad "Amigos de la Calle Paraná" en el cual, durante cinco periodos discontinuos fui su Presidente; Director del órgano mensual de la Sociedad "La Voz"; Presidente de la Sociedad Cooperativa de Fomento y Obras de Bien Público Limitada "INTER" compuesta por catorce Instituciones de la localidad, entre otras de menor importancia.

En setiembre de 1990, ya tenía finalizada la obra. Con el presupuesto entonces, de la Compañía Impresora Argentina S.A. y la confección de doscientos volantes explicativos visité los comercios, Instituciones, Fábricas, hasta algo más allá de la avenida Panamericana, Clubes, Compañías de Transportes Colectivos con terminal en Villa Adelina, etcétera.

Transcurrieron dos meses sin haber recibido respuesta, con excepción de la confirmación verbal del hijo de mi ex socio, el Escribano Néstor De Paoli y una nota del Rotary Club de Villa Adelina, en la que me informaban que esa Institución iba a participar con un espacio a determinar.

El desencanto sufrido fue brutal, puesto que las mismas personas que me incitaron a escribir la historia, argumentaban disculpas que lastimaron mi sensibilidad humana. Una apatía total se había apoderado de la inmensa mayoría de aquellos compañeros de antaño... una inexplicable indiferencia se leía en sus rostros, como si lo ofrecido constituía la solicitud de una dádiva en mi beneficio, cuando en realidad, les brindaba todo mi esfuerzo sin otra remuneración que el tácito agradecimiento de los que realmente amaban la villa.

En un instante de vacilación, la voz oculta de mi ego me impulso a incinerar el libro y su voluminosa apoyatura, mientras mi otro "almeter" me incitó a que lo donara a la Biblioteca Popular de San Isidro que habían sido muy atentos conmigo. Al fin, la unión de todos mis "almeteres" que gobiernan mi cerebro, me indicaron que, aprovechara el abundarme argumento que la obra poseía y la convirtiera en una interesante novela que pudiera ser solventada al igual que mis otros libros y vendida junto a ellos en cualquier lugar del país.

Informé a los miembros de la familia Colonna en Italia de la puesta en marcha del nuevo plan y el motivo que me indujo a posponer su aparición.

Con gran entusiasmo, entonces, me dediqué a escribirlo nuevamente en su totalidad, utilizando el argumento que ya poseía y dando vida a los personajes a través del diálogo.

Luego de esta confidencia, no me resta otra cosa que clarificar el modo que obtuve cada información y que no se halla especificado en el curso de la narración, por no haber hallado el espacio adecuado que no molestara el normal proseguimiento de la lectura.

Bien, es obvio que el material obtenido se produjo muy lentamente; el entusiasmo emocional se apoderaba de mi persona cada vez que descubría algo nuevo. Es que el historiador que no solamente transcribe lo que otros han escrito, sino que se impone el deber de buscar la autenticidad de la información que adquiere y que luego transmite bajo su nombre, no es más que un investigador que trata de acomodar las piezas que va encontrando, y cual un sabueso, busca las que faltan para completar la verdadera historia que desea traer a la actualidad. En muchas ocasiones, se encuentra encerrado en un callejón sin salida... pero, el afán del éxito y el amor propio, consiguen cosas que en un comienzo parecían serle vedado. Ciertamente que la perseverancia, cuando la cosecha se realiza en tierra fértil, indefectiblemente, a la postre, debe dar buenos frutos.

En este caso, una nota aparecida en el diario "La Nación" el 13 de febrero de 1979, bajo el título "El nombre de Villa Adelina", fue la chispa inicial de todo lo que aconteció después.

En ella, el autor de la misma, señor Derek Drysdale, entre otras cosas expresaba que era pariente de Adelina, daba los nombres de los padres para luego explayarse sobre cuestiones de herencia y por último, informaba que Adelina se había casado con un príncipe italiano, María Colona, que tuvo varios hijos que residían en Roma y daba los nombres, los que se utilizaban en familia.

Con ello, descubrí que el motivo por el cual se habían tejido distintas teorías en torno a la identidad de Adelina, había sido porque dejo de residir en la Argentina.

Para atestiguar la veracidad de la información recogida, de que realmente se había casado con un príncipe, concurrí al Instituto Italiano de Cultura situado en Marcelo T. de Alvear 1119 de esta Capital, para preguntar si sabían algo que se relacionara con el apellido de un príncipe italiano cuyo nombre completo era, María Colona.

Con inmensa alegría, me enteré, a través de la "Enciclopedia Storico-Nobiliare Italiana" por Victorio Spreti, que precisamente el apellido Colonna y no Colona, era ilustre en la época del Feudo, adquiriendo una vasta gama de títulos que lo ennoblecieron. Todos ellos figuran en la Enciclopedia hasta llegar a la gran personalidad de don Próspero Colonna, Duque de Rignano y Calcata, quien a su vez obtuvo los títulos que a lo largo de la historia se mencionan. Leí que su hijo Mario, y no María como decía Derek, caballero de Malta, casado con Adelina María Drysdale. (Nótese que aquí Adelina uso la "M" de Munro como María). Lo más notable de todo y muy grato para mí, ha sido en el momento de leer en él que Mario, Adelina y sus hijos se hallaban inscriptos en el LIBRO DE ORO DEL REINO DE ITALIA. Incluso menciona los nombres de los hijos, siendo equivocados los dos últimos, de acuerdo a la información de Oddone, el segundo hijo de Adelina.

Como en la Enciclopedia no existía ninguna dirección y el señor Derek Drysdale hacía tres años que había fallecido, sin poder hallar más rastros de alguien que supiera algo de Adelina, se me ocurrió, cual una travesura, escribir a Roma.

Redacté una hermosa carta y, en lugar de echarla al mar dentro de una botella, la ensobré y escribí, en italiano por supuesto, lo siguiente: Señor Jefe de Correos de Roma, haga el favor de hacer llegar la presente carta a cualquier miembro de la familia Colonna.

Sobrepasando todos los cálculos optimistas, con gran alegría recibí la respuesta del hijo de Adelina, don Oddone Colonna, cuyo original con su traducción al castellano van insertas al final de esta aclaración.

Sólo cuando estuvo en mi poder el Acta de Rectificación que acompaña las actas correspondientes, me enteré de la presencia de Francisco Bottaro Costa que apareció así, de repente. ¿Quién era? ¿Por qué en determinados momentos del acta dice que el nombre correcto de la madre de Adelina era Elisa María Munro de Bottaro Costa, cuando tenía que decir, de Drysdale?

La búsqueda para clarificar los puntos oscuros que a cada trecho se presentaba fue titánica. Ciertamente, repito, que el sacrificio carece de importancia cuando se obtiene el éxito deseado.

Merced a los informes recogidos en "Caras y Caretas" además de los distintos diarios y la gentileza del "Servicio Histórico y Documentación del Ministerio de Relaciones Exteriores" de Roma, pude narrar paso a paso, la real trayectoria que desarrolló durante su vida el conde italiano nacido en Austria, considerado uno de los más grandes diplomáticos que tuvo Italia en aquella época. Por consiguiente, con él, los de Adelina.

En mi afán de brindar siempre la veracidad de los acontecimientos que narro, concurrí al cementerio británico para verificar fidedignamente todo cuanto se ha leído respecto a la inhumación de los restos de Duncan Mackay Munro. En la oficina del mismo recogí las interesantes informaciones que de su sepultura se dan oportunamente.

Siempre en la búsqueda de la información correcta en mis andanzas de investigador, tuve la necesidad de golpear infinidades de puertas, de las cuales, muchas permanecían cerradas, otras se abrían y cerraban indiferentes y solo unas pocas me brindaron el coraje de seguir adelante. Fue en una de éstas últimas circunstancias que tuve la inmensa dicha de conocer a una prima legitima de Adelina, María Munro, la mayor de las tres hijas de su tío Jorge Munro, quien muy gentilmente se aprestó a ayudarme a que conociera en detalles las grandes cualidades personales que caracterizaban al abuelo, su "grand-papá" Duncan Mackay Munro. Fue ello, una alegría tan inmensa que me brindo lo imprevisto; una satisfacción tan maravillosa, que colmó a modo de milagro mi tozuda abnegación puesto que, en mis cálculos, la comparaba con una edad aproximada a la de su prima Adelina y por lo tanto, difícil que aun existiera. Pero, para nuestro regocijo, luce jovialmente sus 76 años mediante el porte elegante de una clásica dama escocesa.

María o Mery como le dicen los íntimos, tuvo la fina amabilidad, conjuntamente con sus hermanas, Inés Ana y Catalina Elisa de facilitarme algunas de las fotografías que ilustran el presente libro.

A pesar del desencanto experimentado en el momento de la publicación del nonato libro relacionado exclusivamente a la Historia de Villa Adelina, cautivado por el amor que por ella siento, ilusoriamente pensé que alguna de las Instituciones de Villa Adelina hiciera la presentación oficial del libro. En este caso, las tres primas de Adelina y nietas de Munro, prometieron, complacidas, hacer acto de presencia e incluso brindarnos directamente algunas palabras en memoria de la prima y del abuelo que tanto querían.

Por otro lado, también, sugiero a los que aman a la ciudad de MUNRO, que aprovechando la aparición del presente libro, realicen en la sede de alguna de sus un acto popular para realizar su presentación ya que la obra contiene las partes más sobresalientes de la vida de Duncan Mackay MUNRO desde que dejó su ciudad natal, Inverness, en Escocia y se dedicó aquí, al mejoramiento y expansión de una gran parte de los ferrocarriles argentinos. Sería un justo homenaje en su memoria, a la memoria de "MUNRO"; nombre que se exhibe por doquiera en los medios de transportes que profusamente circulan por la Zona Norte del Gran Buenos Aires y el interior de la Capital Federal; nombre de una ciudad que infinidades de personas que habitan en ella desconocen su origen, incluso se duda si fue un nombre perteneciente a alguien o, simplemente es el nombre de un objeto.

Además, también sugiero que en ese acto se forme una comisión integrada por los amantes... verdaderos amantes de la ciudad, para que el 6 de junio de cada año, día de su muerte, se visite su tumba existente en el cementerio británico, llevándole una flor, para regocijo de su alma que desde el más allá, siente orgullo de que su apellido se haya convertido en una encantadora ciudad denominada por todos; "La Capital de la Indumentaria".

Seguidamente va mi más sincero reconocimiento a las Bibliotecas, Hemerotecas, Archivos y Museos que facilitaron mi labor al brindarme el material que disponían para verificar o buscar las informaciones que estaba necesitando, son ellas: la Biblioteca Nacional con su interesante Hemeroteca; la Biblioteca y Hemeroteca del Consejo Deliberante de la Ciudad de Buenos Aires; la Biblioteca Popular de San Isidro; la Biblioteca y Hemeroteca del Congreso; la Biblioteca de la Caja de Ahorros en la que conseguí todos los detalles del casamiento del conde Bottaro Costa con Elisa Maria Munro; la Biblioteca Nacional del Círculo Militar; la "Dante Alighieri"; el Archivo General de la Nación; el Boletín Oficial; el Archivo General del Registro Civil; el Ministerio de Relaciones Exteriores de Roma; el Instituto Italiano de Cultura; la Dirección Nacional de Migraciones; las distintas parroquias situadas en la zona céntrica; el Museo Nacional y Centro de Estudios Histéricos Ferroviarios "Ferrocarriles Argentinos"; el Hotel de Ville, servicio de "mariages" de París y muchas otras que de un modo u otro, trataron de colaborar conmigo.

Creo que es sumamente necesario aclarar, sobre todo para los historiadores que se ocuparon o que desean ocuparse en lo que respecta al origen de la titularidad de las tierras en que se yergue gallarda la Torre Ader, que la historia que se cuenta en la actualidad se halla equivocada. Los fundamentos de esta aseveración está dada por lo que ya hemos conocido al principio de esta historia: que Juan y José Drysdale, dos hermanos que eran titulares de una antigua firma importadora de maquinarias agrícolas, fallecieron en los años 1890 y 1893 respectivamente, existen pruebas de ello. Por lo tanto, jamás pudieron haberle vendido en 1914 a Bernardo Ader la tierra en que, luego, hizo levantar la elegante Torre que lleva su apellido o el de una antigua Torre situada a mil pasos de Belén en Palestina. Allí oyeron los pastores el anuncio del nacimiento de Jesucristo.

En lo que respecta directamente a la fracción en la cual se halla implantada la Torre, estoy en condiciones de asegurar, gracias a los buenos oficios de los empleados del Ministerio de Obras Públicas (Geodesia) y del de Hacienda (Catastro) de la ciudad de La Plata que, se halla inscripto bajo el numero 42.560 Serie C - Año 1908 - Y que Emilio Bieckert vendió el 7 de abril de 1908 a Bernardo Ader... etcétera. El escribano interviniente fue Alberto M. Haedo.

Años más tarde, su sucesora Ana Elisa Ader de Grumbaum por (2060/1969) donó la Torre a la Provincia de Buenos Aires y por (2721/1980) la Provincia la donó al Municipio de Vicente López.

En este momento mantiene la custodia de la Torre Ader el Instituto de Investigaciones Históricas -dice un folleto que me ha sido entregado en el Museo y Biblioteca de la Torre Ader, que funciona en la misma-, con el fin de organizar un complejo cultural municipal que asesore a las escuelas y a las autoridades en materia de señalamiento de lugares tradicionales que se conservan en ese medio.

Ahora, sólo me resta desear al lector, que el presente libro haya sido de su agrado: que lo haya distraído del modo que pensaba al adquirirlo y que yo, he deseado que así fuera.

Para aquellas otras personas que directa o indirectamente conocen o conocieron las localidades que se mencionan, les deseo que luego de esta lectura, sientan algo más de orgullo de vivir o conocer las hermosas localidades de: "VILLA ADELINA", "DRYSDALE" nombre que luego cambiaron por el de Carapachay y, su otra gran vecina "MUNRO". Gracias.
Francisco Diurno

viernes, 1 de enero de 2016

La magnolia de la estación Villa Adelina

Transcurría el año 1891, cuando se produjo en Villa Adelina el primer nacimiento. Luis Tidone y su esposa, Magdalena Zanetti, ambos nacidos en Italia, fueron los padres de María Tidone, la que sería con el tiempo, madre de Don Lucio Angeleri, primer inscripto en el Registro Civil de Boulogne Sur Mer, ciudad donde todavía vive.     
 
En ese entonces el gobierno nacional daba a los inmigrantes tierras para trabajar, ubicadas en lugares despoblados, que no eran posible poblar de otro modo. Alejadas de los centros poblacionales, sin caminos que permitieran la comunicación con ellos, aún sin el ferrocarril.  El paisaje en ese entonces mostraba una acuarela de pastos y lagunas.
 
Un simple papel, no se sabe si hacía las veces de Escritura, indicaba la entrega  por parte del gobierno  a Don Luis de una buena extensión de tierras que se extendían desde la actual estación de Villa Adelina, ala norte, hasta Munro. 
 
De a poco esta familia de inmigrantes fue construyendo su casa. La hicieron de ladrillos, sin revocar, con ventanas pequeñas. Poseía una galería de piso de ladrillos, con macetas desbordantes de malvones. Un banco y una mesita invitaban los días de invierno a sentarse al sol y en verano a disfrutar de la frescura de las tardecitas.  No podía faltar una higuera, para deleite de la familia en el verano. Era doña Magdalena la encargada de hacer el dulce en la cocina económica, revolviéndolo continuamente con la cuchara de madera, mientras su perfume tentador inundaba toda la casa. 

No se sabe quién les regaló una plantita de hojas brillosas y fuertes. La pusieron cerca de la casa, y debieron pasar muchos años para que, en una mañana de primavera, doña Magdalena, yendo al gallinero para alimentar a sus gallinas, levantara la vista y viera una inmensa flor blanca surgiendo entre las hojas lustrosas. Llamó a su esposo: " Luigi! Luigi! Vieni qui!".  Don Luis apareció sobresaltado por los gritos de su esposa que extasiada, no podía dejar de mirar a esa flor tan hermosa. ¡La magnolia por fin había florecido!

 
Con el tiempo unos vecinos de dinero, muy inescrupulosos, engañaron a Don Luigi, obligándolo a firmar un papel que supuestamente lo iba a beneficiar. En quince días fue desalojado, y tuvieron que mudarse a José León Suárez.  La casa fue tirada abajo y en su lugar se construyó la mansión que luego sería el Club Stella Alpina. Tanto la higuera como la magnolia seguían firmes, testigos del tiempo y de los cambios que se iban dando en el lugar.  
 
La higuera fue tirada abajo hace unos años cuando se construyó un lugar de descanso para los choferes de la línea de colectivos 71, pero  la magnolia blanca aún mantiene su esplendor a pocos pasos de la estación,  cercana al  andén de los trenes que se dirigen a Retiro.  Todas las primaveras, sus flores, embellecen el lugar con su elegancia y perfume, y tal vez, en algún lugar de su memoria recuerde los cuidados de doña Magdalena, orgullosa de tener en su rancho una planta tan señorial. 
 
Que las futuras generaciones recuerden esta historia y protejan, al que seguramente es, uno de los árboles más antiguos de Villa Adelina. 
 
Mónica Liliana Pastorini