"A principios del siglo XX, la zona de Villa Adelina era parte de
una campiña escasamente habitada. Las tierras pertenecían a los ingleses de la
Compañía Argentina Tierras del Norte.
En 1903 se autorizó que Ferrocarril Central Córdoba -una empresa
de capitales británicos fundada en 1887- se fusionara con el Central Norte
Argentino - que operaba una línea férrea entre Córdoba, Tucumán y Salta- y que
extendiera sus rieles desde la ciudad de Rosario hasta Villa Adelina.
El 29 de marzo de 1909, fecha que los estudiosos de la región
consideran como la jornada fundacional de Villa Adelina, se detuvo el primer
tren traccionado por una locomotora a vapor proveniente del sur santafecino.
Transitoriamente, la flamante estación se convertía también en terminal de ese
ramal, mientras se continuaba con el tendido de vías hacia Retiro. El 1º de
mayo de 1912 fue abierta al público y se consumaba la unión de los ramales del
norte con los puertos de Buenos Aires y Rosario. La línea de trocha angosta alcanzaba
una extensión de casi dos mil kilómetros [5].
Una serie de problemas financieros, y la coyuntura internacional
desfavorable para los intereses imperiales británicos, propiciaron la propuesta
empresaria de venta de la línea férrea al estado argentino, que se concretó en
1939. Así, la estación pasó a formar parte de la Línea Norte del Ferrocarril
General Belgrano.
Como consecuencia de la llegada del ferrocarril, la aldea rural
escasamente poblada comenzó a crecer. Uno de los primeros pasos de esa transformación
fue el fraccionamiento de las tierras más próximas a la estación.
En 1911, la intendencia de Vicente López concedió a la Sociedad
Argentina de Tierras del Norte el permiso para lotear los terrenos que eran
propiedad de Silvio Ponce de León. En tal autorización, se asignaba al predio
la denominación de Villa Adelina.
La habilitación de la estación fue el gran incentivo para
potenciar la naciente urbanización, generando una sucesión de radicaciones de
nuevos vecinos y comerciantes. Estas nuevas familias que se instalaban en la
zona en gran medida provenían de la Capital Federal.
Además de las actividades agrícolas y de crianza de animales de
granja, propias de una campiña próxima a los grandes centros urbanos,
comenzaron a desarrollarse algunas manufacturas como la fabricación de
ladrillos; los hornos eran emprendimientos familiares que intentaban responder
a la creciente demanda de los flamantes propietarios de terrenos. En 1929 se
instaló una fábrica de cerámicas, la empresa Salavera, y diez años después
comenzó a producir la primera planta de Lozadur.
Luego se fueron radicando, casi simultáneamente, una serie de
grandes fábricas que aprovecharon el bajo costo de los terrenos para montar sus
industrias: como Cattáneo, Costaguta, Productex, Parmalat y Orbis. En los
alrededores también se instalaron Di Paolo Hermanos, Bendix, Padilla, Atanor,
Tensa, IVASA, Atlántida, Azulejos Decorados, entre muchas otras.
Miles de personas se desempeñaban en los establecimientos
fabriles de la zona y le dieron un gran dinamismo a la localidad. Los obreros
se veían atraídos por el incentivo de radicarse en las inmediaciones de los
lugares de trabajo y el movimiento que se generaba en la zona despertó el
interés de numerosos comerciantes.
Silvio León recuerda sus años de infancia en esa barriada: “mi
familia se instaló en los años cincuenta en las cercanías de Lozadur. Los
peines de yeso (utilizados para acomodar los platos en las cajas refractarias
destinadas a pasar por el horno) y restos de materiales de la fábrica sirvieron
para hacer los mejorados de las distintas calles, entre ellos la de la Escuela
Nº 7, la más importante de la zona. Los barrios crecían alrededor de las
fábricas que se instalaban. Lozadur era una fábrica importante, no sólo
absorbía mano de obra del lugar, sino que con los restos se mejoraban las
calles. Sólo Ader era asfaltada. Cada familia del barrio ha tenido algún
miembro que trabajó en Lozadur”.
Villa Adelina y Boulogne comenzaron a perfilarse como una
barriada obrera. Al cabo de unos años ya no era tan simple y barato conseguir
un terreno para “levantar el rancho” y se fueron desarrollando nuevos círculos
concéntricos de flamantes barriadas.
El transporte automotor vino a aportar soluciones para acortar las distancias entre el lugar de residencia y el trabajo. Pero el ferrocarril siguió siendo el medio decisivo de traslado de los trabajadores. Cuando cada mañana la multitud descendía de los trenes, aportaba su singularidad a las estaciones del Ferrocarril Belgrano: las colas que se formaban a la espera del 314 y otros colectivos emitían un bullicio especial, los murmullos y comentarios que se generaban en esos transitorios espacios comunes convertían a esa rutina habitual en un improvisado ámbito de integración social.
El transporte automotor vino a aportar soluciones para acortar las distancias entre el lugar de residencia y el trabajo. Pero el ferrocarril siguió siendo el medio decisivo de traslado de los trabajadores. Cuando cada mañana la multitud descendía de los trenes, aportaba su singularidad a las estaciones del Ferrocarril Belgrano: las colas que se formaban a la espera del 314 y otros colectivos emitían un bullicio especial, los murmullos y comentarios que se generaban en esos transitorios espacios comunes convertían a esa rutina habitual en un improvisado ámbito de integración social.
El movimiento de los obreros en las primeras horas de las mañana era la pintura típica cotidiana que aportaba su singularidad a las estaciones de Boulogne y Villa Adelina. La sirena que indicaba el ingreso, egreso o descanso del personal de Lozadur era el elemento auditivo que segmentaba cada jornada al vecindario."
Del libro La Batalla de los Hornos, de Bernardo Veksler (Agosto de 2014)
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