viernes, 19 de mayo de 2017

San Isidro - Los colectivos

En 1935 se inauguró la línea 24 con un recorrido inicial sólo local, que iba de San Isidro a la Estación de Villa Adelina. No hay dudas que entró pisando fuerte al empezar su actividad con 40 coches, un parque excepcional para la época, y un recorrido tan corto, pero poco después lo alargó llevándolo desde las Barrancas de San Isidro hasta las de Belgrano.

Cambió su número, que pasó a ser el 230 y también su denominación, convertida en "La Primera de Munro", que era una de las localidades de su recorrido. Después se extendió hasta el centro, cambió nuevamente su número, para ser la 130 actual. También anuló el tramo de Boulogne a las Barrancas de San Isidro e incluyó un ramal por el Acceso Norte, con lo cual no queda ya relación alguna con la 24 inicial.
 
La línea 2, que también salía (y sigue saliendo) de San Isidro para ir hacia la capital por la antigua Avenida Aguirre, hoy Libertador, pasó a ser la 68 en 1937.
 
Poco a poco empezaron a entrar a San Isidro líneas de distinta procedencia sin terminal en el Partido. La Panamericana es la principal vía de comunicación en este sentido. Las empresas locales también se extendieron hacia afuera, y no hay ya ninguna que limite sus recorridos sólo al área de San Isidro. La última que quedaba -era la antigua 7, desprendida de la 8, luego 707, "General San Martín", que hoy está ramificada en tantos recorridos indicados por carteles de distinto color (verde, azul, blanco, rojo y amarillo) que le quedan ya pocas alternativas dentro del clásico sistema "cartelito de colores". Además, agregó nuevos números de concesión al 707 original. La otra parte de la 8 también cambió, transformada en 333 y con recorridos distintos, pero ésta heredó el color original y conservó su título: "La Primera de San Isidro".
 
La estación de Martínez fue en su momento una terminal que concentró más líneas de colectivos que cualquier otra estación de San Isidro, y lo curio­so es que casi todas -si no todas­- llevaban a los mismos barrios. La 2, la 5 y la 6 llegaban a la extinta Squibb o su vecina Sono Film. La 1 no andaba lejos. De ella subsisten hoy la antigua 5 (hoy 234) y la 1, (314), todas con recorridos amplios y diversificados.
 
De las empresas veteranas de los años 30, la 4, "Labor", hoy absorbida por la 343 (ex 1), que iba hasta Liniers, tenía unos vehículos distintos, unas mi­niaturas de ómnibus. La 1, luego 143, y ahora 343, se inició en 1935 yendo al mismo punto pero su terminal no es­taba en San Isidro sino en el Tigre. La 4 conservó siempre sus colores originales, azul y rojo, no así la 343, que nació negra y blanca pero desde tiempo cambió por azul y negro con ribetes blancos conservando su nombre primitivo de "Compañía Noroeste".
 
En 1950 se habilitó en el Partido, con terminal en las avenidas Centenario y Márquez, la "Costera Criolla", como se le sigue llamando a la línea que es "Transportes La Plata", ex 10, actual 338, que en sus primeros tiempos tuvo muchas dificultades para cumplir un servicio que era deplorable por tres razones concurrentes: la empresa tenía sólo 16 coches (muchos siempre fuera de servicio) para un recorrido tan largo como es el de La Plata y sin puentes sobre las vías ferroviarias (5 barreras, sólo hasta Morón). Sus frecuencias de salida no bajaban, por horario, de los cuarenta minutos entre servicio y servicio, pero normalmente había que esperar que llegara el primero para embarcar. Para peor el plantón se hacía a la intemperie, porque ni un miserable refugio protegía al pasajero. Se llamaba entonces "Reconquista".
 
Los colectivos cambian de número, de recorrido, de color y de propietarios. Las líneas se fusionan, se amplían o desaparecen. El tiempo, la técnica y las necesidades los han hecho inmensos. No queda hoy más que el recuerdo de aquellos modestos Chevrolet de ocho pasajeros sentados y algunos agachados (nunca parados, salvo que fueran ena­nos) que paraban a mitad de cuadra o esperaban al rezagado que venía a la carrera para no perderlo, y los días de lluvia hacían de cualquier puerta una parada.
 
Pedro Kröpfl en su libro "La Metamorfosis de San Isidro"

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