martes, 1 de octubre de 2013

Una familia de San Isidro

Los Abriata en Villa Adelina

"Entre nosotros, donde sobreabundan los figurones, es plausible investigar sobre las personas de nuestro pasado que no llegaron a ser personajes.

Esto viene a corresponder, en cierto modo, a la elaboración de una historia 'popular' más profunda y llena de contrastes -me refiero a los efectos de luces y sombras- que la deslumbrante historia de los héroes.

En la historia, como en las guerras, el desconocido es siempre el soldado, no el general. La justicia de la posteridad consiste, pues, en depositar algunas flores de inteligencia ante el osario común de tantos olvidados, para mantener vivo el recuerdo de quienes vivieron con más pena que gloria".


Prof. Francisco Pedro Laplaza. Penalista, ex Decano de la Facultad de Derecho, Miembro Titular de la Academia Porteña del Lunfardo y del Junta de Estudios Históricos de Belgrano.

Antes de la llegada del ferrocarril (el Central Córdoba Extensión a Buenos Aires) lo que actualmente se conoce como Boulogne y Villa Adelina, eran llamadas respectivamente como las Lomas de San Isidro y los Altos de Martínez. No tenían nombre propio, salvo la mención del paraje conocido como La Adelina, nombrada por lo menos desde mitad del siglo XIX en varios documentos históricos, encontrándose escrituras con esa denominación y documentos con la firma de Rivadavia (según la hipótesis del profesor Ramón Miranda).

(Nota: el profesor Miranda, fallecido, fue Miembro de Número del Instituto de Historia Municipal de San Isidro. No hemos podido encontrar familiares u otros conocidos).

La última de las grandes extensiones dedicadas al cultivo de la verdura, que sobrevivió durante el siglo XX, es la que iniciara hacia 1908 el inmigrante Guillermo José María Abriata, su mujer Anna María Gobello y los doce hijos de la pareja.
 
 
Según los archivos históricos, entonces en el Museo Pueyrredón, la quinta se puso en venta en 1908 y tenía una superficie de "treinta y un hectáreas, diez y seis áreas y cuarenta y siete centiáreas". Su dueño era Eliseo Cantón, que mandó publicar avisos para promocionar la propiedad y donde decía que la próxima estación del F.C.C.C. pasaría a metros del lugar.

Los límites de la quinta eran las actuales calles Gorriti, lindante con la propiedad de don Avelino Rolón, que después de su muerte fue donada a la "Escuela Hogar Carlos de Arenaza"; Yerbal, con las tierras recién compradas por el Ferrocarril C.C.; Colombres, con los Rebagliati -actual fábrica Orbis- y Lamadrid, con las tierras de los Hnos. Cantón (ver en el plano).



 
Cuando la propiedad se puso en venta y a punto de ser fraccionadas, apareció Guillermo J. M. Abriata, que sin un peso, pero con una gran amistad personal con don Agustín Repetto, el más poderoso caudillo radical de entonces, le otorgó un préstamo, sin documentos, pero con el compromiso de pagarle, cuando sus tierras estuvieran produciendo. El inmigrante era hombre de palabra, analfabeto y muy inteligente.

La vieja casona ya tenía su pasado. Fue construida a la usanza de los cascos de estancias de los siglos XVIII y XIX, su diseño interior del tipo chorizo, es decir, habitaciones conectadas a través de puertas con dos hojas, dando a una galería común, cada habitación con su vestidor y un sótano que se usaba como bodega, así como los ladrillos de tipo colonial, mosaicos y tejas importados de Francia. Habría sido hecha no antes de la mitad del siglo XIX. No hay documentos que avalen la antigüedad de la casa, como tampoco lo hay -por el año de referencia- a ninguna de aquella época: la del actual Museo Pueyrredón y el viejo edificio municipal de San Isidro, que es de 1872.

El domingo 12 de julio de 1908, don Guillermo Abriata y su mujer Anna María Gobello, no tuvieron otra alternativa. Habían abandonado el ranchito que tenían en terrenos del ferrocarril inglés y con unos buenos pesos que les dio Diego Carman, el administrador del Ferrocarril C.C. en compensación por sacarlos del lugar, decidieron comprarse "algo".

Don Abriata, ya era un gringo totalmente acriollado, pero con todas las costumbres de su Piamonte natal en cada una de sus maneras. Recto como buen gaucho, incansable trabajador de la tierra como inmigrante hambriento y con deseos de un lugar propio que la Europa le negara, analfabeto como la mayoría de la gente de entonces, el remate de ese día era la oportunidad de su vida. Venían de Florida y el cambio de siglo lo habían pasado en el rancho donde con algunos de sus hijos mayores, plantaban verdura de todo tipo. No más de una veintena de agricultores y horneros formaban la población. La mayoría arrendaba su pedazo de tierra a minifundistas que venían de vez en cuando a cobrar su renta, pero que paseaban su fortuna y vivían en el pueblo, esto es en San Isidro devoto y sitio de descanso de fin de semana de damas y damitas porteñas. En esa situación estaban los Cantón y Avelino Rolón, quienes años después serían sus vecinos. A los verdaderos dueños de la tierra muy pocas veces se les veían las caras.

La de los Abriata llegó a ser la más dinámica y rica quinta de San Isidro, y la última en desaparecer en 1978. Esta pequeña empresa agrícola arrancó con media manzana, y don Guillermo fue tan empeñoso con sus manos como rápido con la cabeza para los negocios. Tuvo visionariamente la certidumbre de que ese lugar algún día gozaría de progreso. A los pocos años de instalarse, la tierra le resultó escasa. Como los dueños de la tierra aledañas no las ocuparon, quedaron libradas a su suerte, y el labriego -con sus doce hijos- tomó posesión de las mismas.

El tren, promesa de los rematadores, no apareció por ninguna parte. Los años pasaron y los que prometieron pagar en mensualidades, abonaron las primeras cuotas y ante la falta de noticias de progreso y del ferrocarril, no pagaron más.

Don Guillermo siguió labrando la tierra y mientras no hubiera reclamos, ocupó las 31 hectáreas originales, que limitan con las actuales: Gorriti, Lamadrid, Colombres y Yerbal.

Cuando finalmente apareció el ferrocarril, también se presentaron los primeros reclamos. Pero todo lo arregló pacíficamente y aquellos reclamantes recibieron lo suyo.

En los años cincuenta se llegaron a cultivar hasta 70 mil plantas de tomates por año y toneladas de papas, zapallitos, hinojos, melones, sandías, que llegaron regularmente a abastecer a las mesas capitalinas.

Don Guillermo fue precavido con sus ahorros, ya que dejó a sus herederos una gran cantidad de terrenos, muy bien ubicados en lugares cercanos a las estaciones Boulogne y Villa Adelina.
 
Junto a la desaparición física de los Abriata (Ana María murió en 1921 y Guillermo en 1931) que trabajaron la tierra con sus manos, la irrupción de las casas que fueron cercando a los campos y el mal negocio que resultaba la producción de verduras, ayudó para que la Quinta de los Abriata cayera, bajo el peso de los nuevos vecinos y de los nuevos tiempos.

 
Atrás quedaron las ceremoniosas fiestas donde toda la vecindad, agricultores y ferroviarios recién llegados, disfrutaron de aquellas largas tertulias, que se cortaban con el "se acabó el baile" cuando el sueño empezaba a cercarlo a don Guillermo.

(Nota: se tomaron algunas referencias para este texto del periódico Pueblo Chico, de mayo de 1993).

Exposición de la Junta de Estudios Históricos de Villa Adelina en la IV Jornada de Historia de El Talar, el 24 de octubre de 2009, y la XI Jornada Histórico-Geográfica de Tres de Febrero, el 31 de octubre de 2009.

Miguel Ángel Lafuente
Secretario JEHVA
 

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