"a mamá y al Mono" dice la dedicatoria y Magdalena nos aclara que el seudónimo corresponde a su abuelo Luis Torralva.
El prólogo encabeza con la frase "para que el eco no se apague" y sigue:
Santa Ana, Córdoba, febrero de 2010
Supongo que los pedidos de una madre quedan por ahí en suspenso hasta que llega el momento de cumplirlos.
Una mañana, bordeando el río, me dijiste: "las vidas de los antepasados son como la corriente, si no se guardan en un relato, en una foto, se van y ya nadie las recuerda. A vos te gusta contar cuentos, escribí uno".
Años más tarde, sentada bajo el parral junto a tu piedra, entre emerocallis amarillos y la Virgen del Buen Camino que te cuida, me embarco a escribir esta historia; tan sólo un hilo conductor que hilvane relatos, experiencias y anécdotas de las distintas personas que te precedieron y que me fuiste revelando a lo largo de los años con tu estilo directo y divertido.
Vamos a ver cómo sale.
Bernardo Ader
Paris, 1845 - Buenos Aires, 1918
Todo comienza en la ciudad de Pau, en el Sur de Francia.
Corría 1860. Bernard Ader y Jeanne Michoud embarcaron a su hijo Bernardo, de quince años, rumbo a la Argentina. No se sabe muy bien cuál fue el motivo. Pudo haber sido la falta de posibilidades de crecimiento en Francia, o los impulsó el hambre en la región, o tal vez los rumores de que una cuota de esfuerzo sumado a un espíritu emprendedor bastaban para enriquecerse en América. Su otra hija y su yerno, el barón Emile Bieckert, alsaciano, se habían instalado en las nuevas tierras hacía ya un tiempo, aprovechando las ocasiones para hacer fortuna.
En 1859, Bieckert instaló la primera fábrica de hielo en el país. Con ilusiones de nuevos proyectos, montó una fábrica de cerveza contratando a técnicos especializados en Alsacia.
Añorando los gorriones de su ciudad natal, Barr, junto con la maquinaria hizo importar trece jaulas de esas aves para soltar en Buenos Aires.
Bieckert llevó muestras de su cerveza a la Exposición Universal de 1889 en París y a Amberes, donde fue premiada. El negocio resultó de un éxito tan rotundo que las necesidades de producción excedían la capacidad de la planta por lo que se trasladó a instalaciones más amplias y modernas a Llavallol, al sur de la provincia, llegando a ocupar un predio de trece hectáreas en 1908.
Bernard Ader y su mujer Jeanne estaban esperanzados y tranquilos, su hijo tendría la oportunidad de un destino mejor y además no iba a ciegas, su hermana lo estaría esperando.
En 1860, Bernardo llegó a Buenos Aires a dormir sobre un colchón en el piso de una carpintería dónde trabajaba.
Cuentan las cartas que Bieckert lo recibió anunciándole que se iba a tener que ganar el sustento diario y que recién podría ser bienvenido en su casa cuando le hubiera demostrado que servía para algo.
La fría bienvenida le indicó claramente que se las iba a tener que arreglar solo, pero eso, lejos de amedrentarlo, forjó en él un carácter tenaz y voluntarioso que lo acompañó toda su vida. Aprendió el oficio de ebanista y comenzó a trabajar duro y parejo. Pronto se dio cuenta de que la Argentina prometía futuro y fue aprendiendo a visualizar las oportunidades de buenos negocios.
A los veintidos años ya había ganado unos cuantos pesos y empezó a ser recibido con respeto en la casa de su hermana y su cuñado, incluso éste le ofreció participar en algunas actividades en forma conjunta, Esa relación dio origen a la enorme fortuna que ambos crearon, a partir de la valorización de la tierra que hubo en la Argentina entre 1870 y 1920. Todas las propiedades que adquirieron, fueran urbanas o rurales, las compraron por nada y se multiplicaron por cincuenta o por cien según los casos.
El chico que había llegado a la Argentina sin nada era ahora millonario.
Una tarde, de visita en lo de su hermana se fijó en el retrato de una chica rubia sobre el piano familiar. Era la prima de Bieckert, una alemana luterana, Elise Schulze. Le gustó y se las arregló para casarse por poder con ella en menos de un año.
Elise Schulze viajó a la Argentina a vivir con su marido a quien sólo conocía por un dibujo hecho a mano y sin hablar una sola palabra de castellano ni de francés.
Tuvieron cuatro hijos, dos mujeres y dos varones, de los cuales sólo Anita llegó a la edad adulta.
En esa época pre-penicilina la mortalidad infantil era muy alta. Pasaba en todas las familias, había gran resignación al respecto pero no por eso menos sufrimiento.
La difteria se llevó a Juanita, de cinco años, y Eduardo y Enrique, muy jóvenes, se enfermaron de tuberculosis.
(Continuaremos la publicación de algunos pasajes del libro)
villaadelina37@hotmail.com
Supongo que los pedidos de una madre quedan por ahí en suspenso hasta que llega el momento de cumplirlos.
Una mañana, bordeando el río, me dijiste: "las vidas de los antepasados son como la corriente, si no se guardan en un relato, en una foto, se van y ya nadie las recuerda. A vos te gusta contar cuentos, escribí uno".
Años más tarde, sentada bajo el parral junto a tu piedra, entre emerocallis amarillos y la Virgen del Buen Camino que te cuida, me embarco a escribir esta historia; tan sólo un hilo conductor que hilvane relatos, experiencias y anécdotas de las distintas personas que te precedieron y que me fuiste revelando a lo largo de los años con tu estilo directo y divertido.
Vamos a ver cómo sale.
Bernardo Ader
Paris, 1845 - Buenos Aires, 1918
Todo comienza en la ciudad de Pau, en el Sur de Francia.
Corría 1860. Bernard Ader y Jeanne Michoud embarcaron a su hijo Bernardo, de quince años, rumbo a la Argentina. No se sabe muy bien cuál fue el motivo. Pudo haber sido la falta de posibilidades de crecimiento en Francia, o los impulsó el hambre en la región, o tal vez los rumores de que una cuota de esfuerzo sumado a un espíritu emprendedor bastaban para enriquecerse en América. Su otra hija y su yerno, el barón Emile Bieckert, alsaciano, se habían instalado en las nuevas tierras hacía ya un tiempo, aprovechando las ocasiones para hacer fortuna.
En 1859, Bieckert instaló la primera fábrica de hielo en el país. Con ilusiones de nuevos proyectos, montó una fábrica de cerveza contratando a técnicos especializados en Alsacia.
Añorando los gorriones de su ciudad natal, Barr, junto con la maquinaria hizo importar trece jaulas de esas aves para soltar en Buenos Aires.
Bieckert llevó muestras de su cerveza a la Exposición Universal de 1889 en París y a Amberes, donde fue premiada. El negocio resultó de un éxito tan rotundo que las necesidades de producción excedían la capacidad de la planta por lo que se trasladó a instalaciones más amplias y modernas a Llavallol, al sur de la provincia, llegando a ocupar un predio de trece hectáreas en 1908.
Bernard Ader y su mujer Jeanne estaban esperanzados y tranquilos, su hijo tendría la oportunidad de un destino mejor y además no iba a ciegas, su hermana lo estaría esperando.
En 1860, Bernardo llegó a Buenos Aires a dormir sobre un colchón en el piso de una carpintería dónde trabajaba.
Cuentan las cartas que Bieckert lo recibió anunciándole que se iba a tener que ganar el sustento diario y que recién podría ser bienvenido en su casa cuando le hubiera demostrado que servía para algo.
La fría bienvenida le indicó claramente que se las iba a tener que arreglar solo, pero eso, lejos de amedrentarlo, forjó en él un carácter tenaz y voluntarioso que lo acompañó toda su vida. Aprendió el oficio de ebanista y comenzó a trabajar duro y parejo. Pronto se dio cuenta de que la Argentina prometía futuro y fue aprendiendo a visualizar las oportunidades de buenos negocios.
A los veintidos años ya había ganado unos cuantos pesos y empezó a ser recibido con respeto en la casa de su hermana y su cuñado, incluso éste le ofreció participar en algunas actividades en forma conjunta, Esa relación dio origen a la enorme fortuna que ambos crearon, a partir de la valorización de la tierra que hubo en la Argentina entre 1870 y 1920. Todas las propiedades que adquirieron, fueran urbanas o rurales, las compraron por nada y se multiplicaron por cincuenta o por cien según los casos.
El chico que había llegado a la Argentina sin nada era ahora millonario.
Una tarde, de visita en lo de su hermana se fijó en el retrato de una chica rubia sobre el piano familiar. Era la prima de Bieckert, una alemana luterana, Elise Schulze. Le gustó y se las arregló para casarse por poder con ella en menos de un año.
Elise Schulze viajó a la Argentina a vivir con su marido a quien sólo conocía por un dibujo hecho a mano y sin hablar una sola palabra de castellano ni de francés.
Tuvieron cuatro hijos, dos mujeres y dos varones, de los cuales sólo Anita llegó a la edad adulta.
En esa época pre-penicilina la mortalidad infantil era muy alta. Pasaba en todas las familias, había gran resignación al respecto pero no por eso menos sufrimiento.
La difteria se llevó a Juanita, de cinco años, y Eduardo y Enrique, muy jóvenes, se enfermaron de tuberculosis.
(Continuaremos la publicación de algunos pasajes del libro)
villaadelina37@hotmail.com
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