La fiesta de Santa Rita Jardines de floricultores con claveles rojos, blancos y helechos plumosos en sus invernaderos. Quintas de verduras salpicadas por hombres con sapín en mano, encorvados sobre los surcos, preparando el campo para la siembra del otoño. Acequias de agua cristalina brotando fresca y transparente de los tanques australianos. Ya el frío ha producido las primeras heladas. Muy poco queda de los coloridos jardines del verano, poblados de madreselvas, rosas, jazmín del país, achiras, azucenas rosadas, enredaderas con cornetas anaranjadas, que tan primorosamente cuidan las Pastorini. Zulema, mi vecina-abuela, me contaba que a mediados de mayo la tía, con quien vivía en Rivera y Lamadrid, la obligaba, a sus catorce años, a limpiar el techo de chapa pintada de rojo de la casa. No sólo tenía que pasarle la escoba para sacarle las hojas que el otoño le robó a los paraísos, sino también fregarlo con agua y jabón. -Mirá lo que me hacía hacer mi tía!-Rezongaba Zule, recordando sus años de adolescente. -Tenía el berretín de que la casa estuviera impecable. El 22 de mayo los quinteros con sus familias iban a pasar por allí para ir a la fiesta de Santa Rita. Venían hasta de Munro con sulkis, carros, otros caminando. Nadie podía faltar. La iglesia había sido construida en 1901, en tierras donadas por don Avelino Rolón, vecino de la zona que vivía en San Isidro y que en verano disfrutaba junto a su familia de la propiedad que poseyera en lo que hoy es el Hogar Arenaza, conservándose aún en el lugar la vieja casona. La religiosidad y caridad cristiana de esta familia los llevaba a visitar las quintas y además de llevar ropa, calzados para los que los necesitaban, ver si los niños habían sido o no bautizados. Si aún no estaban bautizados se encargaban de que lo fueran, saliendo las mujeres de la familia, madrina de ellos. Es así como mi papá tuvo como madrina a doña Camila Rolón. Volviendo a la esperada fiesta, hace cincuenta años, la tradición se conservaba. Todos los vecinos peregrinaban religiosamente a la iglesia. Se asistía a la a la procesión, a la misa y después a la fiesta con kermese, carrera de sortijas y otras actividades. Mi abuelo se vestía de gaucho con bombacha “Jiuliette”, rastra con monedas, camisa blanca, pañuelo al cuello y botas de cuero. Juansú, que así era el nombre al que conocían a Juan Pastorini, alegraba la fiesta con sus payadas, tan esperadas. Mamá nos vestía de domingo e íbamos a la fiesta que no era tal si no nos compraban copos de nieve y palomitas de maíz. Casi no se podía caminar en las calles que hacen esquina en la iglesia. Los vecinos se saludaban y aprovechaban para conversar sobre novedades familiares. En el momento en que comenzaban las carreras de sortija, todos nos corríamos hacia los costados y la mirada estaba puesta en los jinetes y en la sortija, que allá en lo alto iba a ser el trofeo de los más habilidosos. Con el tiempo la fiesta se fue perdiendo. Pero todos los 22 de mayo no sólo algunos vecinos, sino también gente de diferentes localidades y de la Capital, siguen visitando la iglesia llevando sus oraciones a Santa Rita y participando de la tradicional procesión.
De Mónica L. Pastorini- Fecha: 28/12/2009
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