MI INGRESO A PRIMERO SUPERIOR
Primero debo aclarar para quienes
no saben y principalmente para los más jóvenes, como era la escala de
clasificación en los estudios primarios de esa época.
Los años que se debían cursar
eran 7, pero se clasificaban de la siguiente forma: 1º Inferior, 1º Superior,
2º, 3º, 4º, 5º y 6º y se denominaban grados, no años, por ejemplo tercer grado
"B", porque podría haber, según la cantidad de alumnos tres o más
terceros grados, por lo que en tal caso serían tercero A, tercero B, tercero C
y tercero D. La letra identificaba que tercero era.
Este modo de clasificar los
grados no me pareció nunca muy lógico, por ejemplo, si cursabas el tercer grado
significaba que en realidad estabas en el cuarto año de estudio.
En la actualidad y desde hace
años se eliminó el primero superior, como debe ser, y se estableció para
Capital Federal la escala más lógica del 1º al 7º grado. En la provincia de
Buenos Aires se agregaron dos grados más, también obligatorios que vienen a ser
preparatorios de los estudios secundarios.
Este prólogo viene a cuento para
poner al tanto al lector de cómo eran las cosas en esos tiempos porque ahora
voy a contar el momento que le tocó vivir a mi madre cuando fue a anotarme para
el próximo grado, es decir, primero superior.
Estando ya en fecha para
inscribir a los niños en el próximo ciclo lectivo, un día mi madre fue hasta la
escuela para hacerlo. Se trataba de la nueva escuela, grande, hermosa, con gran
capacidad para recibir muchos alumnos, por lo que ya sabíamos que íbamos a
estar cómodos en sus modernas instalaciones. Hasta tenía olor a nuevo.
Este relato es de mi madre, yo no
estuve presente. Dice que había varios escritorios, cada uno con una fila de
madres que iban, como ya he dicho, a inscribir a sus hijos. Cuando le piden los
datos míos y dice mi nombre, lo escucha la maestra del escritorio de al lado.
No me digas que ese chico te va a tocar a ti... no te imaginas lo que es... que
suerte tienes... y un montón de elogios, en fin... que mamá llegó a casa recontenta.
Para hacerla corta diré que ese
grado también lo superé con holgura y sin ningún problema, era el año 1950 y
como anécdota diré que todos los días se habría el cuaderno con la fecha del
día y la frase: 1950, año del Libertador General San Martín. Luego de ello
comenzábamos la actividad del día.
ENAMORARSE DE LA MAESTRA...
Al igual que el año anterior,
cuando mamá me fue a inscribir para el segundo grado parece que hubo
comentarios similares, yo ya era conocido por bastante gente de la escuela.
Pienso que mucho tendría que ver mi acento y mi condición de "charlatán"
desenfadado. En cuanto al acento ya se notaba poco, me estaba argentinizando a
grandes pasos.
Mi maestra se llamaba (espero que
se llame todavía; porque era joven...) Carolina Roca y fue el ser más adorable
que haya conocido en todos los años de estudiante, primarios y secundarios.
Después que ella nació, se rompió el molde... Además era muy linda y estimo que
tendría entre 18 y 20 años.
Era tan buena persona y tenía una
capacidad para enseñar tan especial que todo el grado, varones y niñas (era
mixto) estábamos "enamorados" de ella, entiéndase bien, en el buen
sentido.
Miren como sería la cosa, que el "Negro"
Lucero (Lucero es el apellido y negro le decíamos cariñosamente) un día tuvo
que cambiar de turno, este era de mañana y pasó a la tarde porque tenía que
ayudar a su padre en el trabajo.
El padre era hacedor de pozos
ciegos. Para quienes no saben, los pozos ciegos se usan en lugares donde no
existen cloacas es decir una red sanitaria, y a ellos van a parar las aguas de
los baños y cocinas. Esto es muy común aún en la actualidad en muchas
localidades.
Pero este trabajo no puede
hacerse cuando llueve... y que piensan que sucedía en estos días?... pues el
Negro Lucero estaba sentado en su lugar de siempre, sin delantal, solo venía
para estar con nosotros, aunque todos sabíamos que el motivo principal era ver
a la maestra más que a nosotros.
Siempre lo dejaron pasar, no hubo
obstáculos que impidieran su presencia, piensen cuando llueve varios días...
pues lo teníamos varios días. El problema era para él, pobre, esos días tenía
doble jornada porque tenía que asistir a su clase que era a la tarde.
Ahora viene la relación de la
maestra conmigo... Cuando llegábamos a la escuela más o menos 7,45 a 7,55
íbamos directamente al patio que era bien grande con el mástil de la bandera en
el medio.
A las 8 en punto sonaba el timbre
y a formar. Todos los grados en una fila de menor a mayor estatura; yo sería el
8º al 10º de la fila que en total debería tener entre 30 y 40 alumnos.
En ese momento, antes de cantar
Aurora y enarbolar la bandera, todas las maestras se la pasaban recorriendo la
fila de su grado de una punta a la otra. La primera vez que pasaba al lado mío,
mi maestra, Carolina, se agachaba, ponía su cara al lado de la mía y suavemente
me decía: Dame un beso... Alguien se imagina como me sentía yo??... ¡en la
gloria naturalmente!. Esto sucedía todos los días. Lo que
pasa es que después había que escuchar las cargadas de los compañeros de grado
y de otros grados que veían lo sucedido, ehh oreja de la maestra... y otras
cosas, algunas subidas de tono...
En ocasiones decidía pasar, una
hora, por ejemplo, en una especie de recreo dentro del aula. Cerrábamos bien la
puerta y las ventanas y cantábamos; todo el que supiera cantar pasaba al frente y cantaba. En
esto se destacaba el "tano" (por italiano), Leopoldo Totera con
canciones napolitanas, Pilar Martín, que a pesar de su nombre y apellido era
francesa y naturalmente cantaba en francés, arrastraba la "rr" y
todo, el Negro Lucero con canciones de nuestro folclore y yo con alguna de las
que sabía.
En este asunto del cante, no
había como pararlo al tano Totera, se entusiasmaba y quería cantar siempre él.
También hay un episodio medio
dramático y muy tierno a la vez conmigo y mi maestra, Carolina. Un día salgo al
recreo junto con todos los compañeros del grado y al llegar al patio veo una
figurita en el suelo, me agacho para recogerla y desde atrás recibo una
tremenda patada en los testículos. Caí al suelo ya desmayado.
Debo decir que había un "juego"
muy bruto que le llamaban "el que se agacha la liga" y tiraban una
figurita en el suelo. La cosa era levantarla sin que te peguen, había que ser
muy rápido. Además en esos años había bastantes analfabetos ya medio adultos,
era común ver alguno de 12 ó 13 años en el primer grado y fue justamente uno de
estos grandotes el que me pateó. Yo conocía el juego, incluso me prendía en él,
pero en ese caso recién pisaba el patio y no me di cuenta de lo que pasaba.
Me desperté viendo la cara de mi
maestra que me llevaba, colgando la cabeza y los brazos, y las piernas desde
las rodillas, es decir, iba cruzado en los brazos de ella. Alguna de sus
lágrimas cayó sobre mi cara ya que la pobre mujer, mejor dicho la pobre chica,
porque era muy joven, como ya dije, iba llorando caminando ligero por el
pasillo que conducía a la dirección.
Cuando vio que abrí los ojos y
que empecé a reponerme, lloraba más compungida, pero ahora esbozaba una sonrisa
y me abrazaba. Después de un rato, ambos ya estábamos bien, claro yo con
dolores por varios días.
Después de lo expuesto, que es la
pura verdad, alguien puede pensar que mis sentimientos hacia ella, como dije en
el principio son exagerados? Mientras viva nunca olvidaré un detalle y digo que
hay mucho más para contar pero lo vamos a dejar aquí.
Solo voy a agregar que también
aquí actué en una fiesta Patria, ahora en el escenario del salón de actos de
nuestra nueva escuela, que dicho sea de paso, era un salón que no tenía nada
que envidiarle a un teatro de los comerciales.
En esta oportunidad lo hice con
varios compañeros del grado, bailamos un carnavalito "El Humauaqueño"
y mi compañera de baile fue María Eugenia Arditi Rocha, descendiente de Dardo
Rocha el fundador de la capital de la Provincia de Buenos Aires, La Plata.
Había que verlo al "galleguito" vestido con ropas típicas del norte
argentino...
(este relato continuará)
No hay comentarios:
Publicar un comentario