Relato de Enrique Daniel Álvarez
Desde pequeño viví en Villa Adelina, cuando las calles entre Yerbal y Fondo de la Legua eran de tierra y había también, muchos terrenos baldíos. Recuerdo que a mi papá le gustaban los animales y las plantas, dada su inclinación por la Agronomía. Carrera que se vio frustrada por el mandato de la familia, donde la mayoría de los integrantes eran docentes. Con el tiempo logró conjugar trabajo (nunca ejerció como docente) y vocación, entonces teníamos gallinas, pollitos, gallo. Quinta con frutales, una cotorra, un jilguerito y un perro: Rabito.
Desde pequeño viví en Villa Adelina, cuando las calles entre Yerbal y Fondo de la Legua eran de tierra y había también, muchos terrenos baldíos. Recuerdo que a mi papá le gustaban los animales y las plantas, dada su inclinación por la Agronomía. Carrera que se vio frustrada por el mandato de la familia, donde la mayoría de los integrantes eran docentes. Con el tiempo logró conjugar trabajo (nunca ejerció como docente) y vocación, entonces teníamos gallinas, pollitos, gallo. Quinta con frutales, una cotorra, un jilguerito y un perro: Rabito.
En aquellos años de infancia sobre la calle
Lamadrid, donde se corta la calle Los Plátanos, y justo enfrente de la entonces
vieja casa que alguna vez albergó a la Escuela 12, hubo una carbonería. La
misma era atendida por sus dueños, un matrimonio que tenía dos hijas. Estaba en
la planta baja de la misma casa de alto que podemos ver hoy día.
El negocio comenzaba con su actividad todos
los días, bien temprano, a las 8. A esa hora se levantaban las cortinas, se
sacaba llave a la puerta y el dueño, Don Domingo Iommi (nacido en Laboulaye,
provincia de Córdoba, en Julio de 1914), abría el portón de caño y alambre
tejido, empujaba el portón corredizo del establo y ahí con la primera luz de la
mañana disponía los atalajes de quien sería su fiel compañero durante la
jornada de trabajo que estaba comenzando. Una vez todo listo se cargaba el
carro: fardos de alfalfa, bolsas de cereales y demás.
El último mate (el del estribo), beso y arriba
del carro. Recuerdo que Don Domingo tensaba un poquito las riendas, hacía dos ó
tres veces un sonido parecido a un beso en el aire y agitaba brevemente las
riendas. El caballo reaccionaba tensando sus músculos y se balanceaba hacia
delante como buscando el peso que debía arrastrar, cuando se sentía firme en el
suelo bajaba su cabeza un poco, un breve empujón, las ruedas hacían un leve
movimiento y ahí salían los dos al pasito, a repartir la mercancía.
Marcela Sidera (nacida en Le Marche, Italia,
en Octubre de 1923) la esposa de Don Domingo, se ocupaba del negocio mientras
su esposo hacía el reparto.
Se entraba al local y a la izquierda estaba el
mostrador, con la balanza de un lado y del otro, el exhibidor de las pomadas
para los zapatos. Apoyadas en el suelo y recostadas en el mostrador, estaban
las bolsas de los alimentos. Había avena arrollada, maíz entero y partido,
pisingallo, trigo con cáscara. Mijo, alpiste, “mezcla para canarios”. También
alimentos balanceados para “ponedoras”, “mezcla” y “pollito bebé”.
Atrás estaba la estantería, en un sector había
“alpargatas”, hormiguicidas, acaroína. En otro, fluido para los caballos,
mechas para las lámparas de kerosén y cepillos. A la derecha de las bolsas
estaban las escobas y los escobillones. En el centro del local estaba la
báscula donde se pesaban las bolsas que se compraban y vendían (y donde
nosotros los chicos del barrio también nos pesábamos). Al fondo del local
estaban las bolsas de papas blancas y negras, el carbón, bolsas de granos y en
un costado el tambor del kerosén, que se vendía suelto.
La distancia que separaba nuestras casas era
de cuatro terrenos, que en esos años estaban desocupados, así que desde el
alambrado del fondo de casa podía ver hasta el fondo de la casa de ellos.
Mis padres no sólo tenían buena relación con
ellos por lo comercial. Sucedió que una vez habíamos salido y el perrito que
teníamos (Rabito, porque era rabón de nacimiento) se quiso escapar, algo que
sabía hacer muy bien, nada más que esta vez saltó por una de las rejas quedando
en el aire… Cuando Domingo oyó los gritos desesperados del animalito miró hacia
casa y lo vió en esa situación. Fue hasta allá, abrió la puerta de calle, entró
y sacó al pobre bicho del casi fatal apriete, un gran gesto.
Cuando llegaba el mediodía volvían caballo y
dueño. El dueño con la patrona almorzaban arriba. El caballo en su establo
disfrutaba de la alfalfa. Los dos se habían ganado la comida y el breve
descanso.
Luego de la siesta el trabajo era distinto,
había que ir a comprar mercadería que a veces era para varios días. Así que muchas
veces el esfuerzo era grande. El animal traía bolsas y fardos esta vez con la
cabeza un poco inclinada hacia abajo, estaba haciendo fuerza. Pero no era sólo
llegar, había que descargar y acomodar. Recuerdo que mientras Don Domingo
completaba su labor, el fornido compañero a veces miraba hacia atrás como
diciendo: ¿ya está?
Con todo acomodado se volvía a abrir el
portón, entraban juntos, y a desatar al blanco amigo. Palmazo en el anca y a
correr por los terrenos. El recorrido era pegado a los alambres tejidos, veloz,
casi frenético. Daba como tres ó cuatro vueltas. Tiraba coces al aire, se
paraba en dos patas, daba pasitos, relinchaba, se revolcaba panza arriba. Esa
era su manifestación por haber terminado con su jornada de trabajo: con
alegría. Luego venía el baño y a guardarse en el establo para el pienso de la
noche.
Pasó el tiempo, un personaje de este relato
partió allá por 1986, otro se escapó y a otro lo tomaron prestado sin avisar y
sin permiso. Cosas que suceden.
Cada tanto mi nieto Leandro pide ir a ver a la
bisabuela, así que vuelvo al barrio seguido. Charlo con los vecinos y casi
siempre puedo cruzar algunas palabras con Marcela recordando esos tiempos que
pasaron tan rápido.
Y entre recuerdo y recuerdo a veces me dice:
“¿Te acordás cuando Mingo soltaba al Chiche?”
Enrique Daniel Álvarez
edalvareztcc@yahoo.com.ar
Miguel Lafuente
En la página 605 de
"Villa Adelina, una historia lineal" dice: Marcela Sidera es hija de
José Sidera (nacido el 29 de mayo de 1900) y de Elena A. Tombesi, (nacida el 14
de mayo de 1899) que era hija de Antonio Tombesi. Marcela tuvo tres hermanos:
1º Nélida, nacida el 21 de setiembre de 1922, casada con Omar Moschiar en
diciembre de 1936 y son padres de José y Haydée, 2º Marcela Nazarena, nació el
8 de mayo de 1928, casada con Oscar Cecé, padres de Héctor y Juanita. 3º Elena,
nacida en 1931, casada con Romeo Fabi. Marcela es la tercera hija del
matrimonio Sidera-Tombesi y fue durante 4 años operaria de "Lozadur",
donde ingresó a los 14 años. Recuerda que en la Fábrica no existían relojes y
las jornadas eran agotadoras, y muy duras las exigencias. Fue compañera de
Nilda Delia Cedro, la esposa de Umberto Maggiolini, hijo de María Mirta Abriata.
Gracias a Enrique D. Álvarez y Miguel Ángel Lafuente
He estado siendo muy chico en una casa de tios abuelos en VILLA ADELINA. Recuerdo una csa con mucho material como un taller o una compraventa. Estaba la estación de FFCC donde tomamos con mis viejos el regreso a la capital. MIS VIEJO ERA HECTOR JOSE SIDERA, HIJO DE DAVID SIDERA, EN BAHIA BLANCA.
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