domingo, 1 de septiembre de 2013

El Chiche

Relato de Enrique Daniel Álvarez

Desde pequeño viví en Villa Adelina, cuando las calles entre Yerbal y Fondo de la Legua eran de tierra y había también, muchos terrenos baldíos. Recuerdo que a mi papá le gustaban los animales y las plantas, dada su inclinación por la Agronomía. Carrera que se vio frustrada por el mandato de la familia, donde la mayoría de los integrantes eran docentes. Con el tiempo logró conjugar trabajo (nunca ejerció como docente) y vocación, entonces teníamos gallinas, pollitos, gallo. Quinta con frutales, una cotorra, un jilguerito y un perro: Rabito.

En aquellos años de infancia sobre la calle Lamadrid, donde se corta la calle Los Plátanos, y justo enfrente de la entonces vieja casa que alguna vez albergó a la Escuela 12, hubo una carbonería. La misma era atendida por sus dueños, un matrimonio que tenía dos hijas. Estaba en la planta baja de la misma casa de alto que podemos ver hoy día.

El negocio comenzaba con su actividad todos los días, bien temprano, a las 8. A esa hora se levantaban las cortinas, se sacaba llave a la puerta y el dueño, Don Domingo Iommi (nacido en Laboulaye, provincia de Córdoba, en Julio de 1914), abría el portón de caño y alambre tejido, empujaba el portón corredizo del establo y ahí con la primera luz de la mañana disponía los atalajes de quien sería su fiel compañero durante la jornada de trabajo que estaba comenzando. Una vez todo listo se cargaba el carro: fardos de alfalfa, bolsas de cereales y demás.

El último mate (el del estribo), beso y arriba del carro. Recuerdo que Don Domingo tensaba un poquito las riendas, hacía dos ó tres veces un sonido parecido a un beso en el aire y agitaba brevemente las riendas. El caballo reaccionaba tensando sus músculos y se balanceaba hacia delante como buscando el peso que debía arrastrar, cuando se sentía firme en el suelo bajaba su cabeza un poco, un breve empujón, las ruedas hacían un leve movimiento y ahí salían los dos al pasito, a repartir la mercancía.

Marcela Sidera (nacida en Le Marche, Italia, en Octubre de 1923) la esposa de Don Domingo, se ocupaba del negocio mientras su esposo hacía el reparto.



Se entraba al local y a la izquierda estaba el mostrador, con la balanza de un lado y del otro, el exhibidor de las pomadas para los zapatos. Apoyadas en el suelo y recostadas en el mostrador, estaban las bolsas de los alimentos. Había avena arrollada, maíz entero y partido, pisingallo, trigo con cáscara. Mijo, alpiste, “mezcla para canarios”. También alimentos balanceados para “ponedoras”, “mezcla” y “pollito bebé”.

Atrás estaba la estantería, en un sector había “alpargatas”, hormiguicidas, acaroína. En otro, fluido para los caballos, mechas para las lámparas de kerosén y cepillos. A la derecha de las bolsas estaban las escobas y los escobillones. En el centro del local estaba la báscula donde se pesaban las bolsas que se compraban y vendían (y donde nosotros los chicos del barrio también nos pesábamos). Al fondo del local estaban las bolsas de papas blancas y negras, el carbón, bolsas de granos y en un costado el tambor del kerosén, que se vendía suelto.

La distancia que separaba nuestras casas era de cuatro terrenos, que en esos años estaban desocupados, así que desde el alambrado del fondo de casa podía ver hasta el fondo de la casa de ellos.

Mis padres no sólo tenían buena relación con ellos por lo comercial. Sucedió que una vez habíamos salido y el perrito que teníamos (Rabito, porque era rabón de nacimiento) se quiso escapar, algo que sabía hacer muy bien, nada más que esta vez saltó por una de las rejas quedando en el aire… Cuando Domingo oyó los gritos desesperados del animalito miró hacia casa y lo vió en esa situación. Fue hasta allá, abrió la puerta de calle, entró y sacó al pobre bicho del casi fatal apriete, un gran gesto.



Cuando llegaba el mediodía volvían caballo y dueño. El dueño con la patrona almorzaban arriba. El caballo en su establo disfrutaba de la alfalfa. Los dos se habían ganado la comida y el breve descanso.

Luego de la siesta el trabajo era distinto, había que ir a comprar mercadería que a veces era para varios días. Así que muchas veces el esfuerzo era grande. El animal traía bolsas y fardos esta vez con la cabeza un poco inclinada hacia abajo, estaba haciendo fuerza. Pero no era sólo llegar, había que descargar y acomodar. Recuerdo que mientras Don Domingo completaba su labor, el fornido compañero a veces miraba hacia atrás como diciendo: ¿ya está?

Con todo acomodado se volvía a abrir el portón, entraban juntos, y a desatar al blanco amigo. Palmazo en el anca y a correr por los terrenos. El recorrido era pegado a los alambres tejidos, veloz, casi frenético. Daba como tres ó cuatro vueltas. Tiraba coces al aire, se paraba en dos patas, daba pasitos, relinchaba, se revolcaba panza arriba. Esa era su manifestación por haber terminado con su jornada de trabajo: con alegría. Luego venía el baño y a guardarse en el establo para el pienso de la noche.

Pasó el tiempo, un personaje de este relato partió allá por 1986, otro se escapó y a otro lo tomaron prestado sin avisar y sin permiso. Cosas que suceden.

Cada tanto mi nieto Leandro pide ir a ver a la bisabuela, así que vuelvo al barrio seguido. Charlo con los vecinos y casi siempre puedo cruzar algunas palabras con Marcela recordando esos tiempos que pasaron tan rápido.

Y entre recuerdo y recuerdo a veces me dice: “¿Te acordás cuando Mingo soltaba al Chiche?”

Enrique Daniel Álvarez
edalvareztcc@yahoo.com.ar

Miguel Lafuente 
En la página 605 de "Villa Adelina, una historia lineal" dice: Marcela Sidera es hija de José Sidera (nacido el 29 de mayo de 1900) y de Elena A. Tombesi, (nacida el 14 de mayo de 1899) que era hija de Antonio Tombesi. Marcela tuvo tres hermanos: 1º Nélida, nacida el 21 de setiembre de 1922, casada con Omar Moschiar en diciembre de 1936 y son padres de José y Haydée, 2º Marcela Nazarena, nació el 8 de mayo de 1928, casada con Oscar Cecé, padres de Héctor y Juanita. 3º Elena, nacida en 1931, casada con Romeo Fabi. Marcela es la tercera hija del matrimonio Sidera-Tombesi y fue durante 4 años operaria de "Lozadur", donde ingresó a los 14 años. Recuerda que en la Fábrica no existían relojes y las jornadas eran agotadoras, y muy duras las exigencias. Fue compañera de Nilda Delia Cedro, la esposa de Umberto Maggiolini, hijo de María Mirta Abriata.

Gracias a Enrique D. Álvarez y Miguel Ángel Lafuente

1 comentario:

  1. He estado siendo muy chico en una casa de tios abuelos en VILLA ADELINA. Recuerdo una csa con mucho material como un taller o una compraventa. Estaba la estación de FFCC donde tomamos con mis viejos el regreso a la capital. MIS VIEJO ERA HECTOR JOSE SIDERA, HIJO DE DAVID SIDERA, EN BAHIA BLANCA.

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