Cuando comencé la Escuela Primaria (año 1962), mis padres (Aquiles A. Álvarez y Águeda A. Rodríguez) habían decidido que la comenzara del modo “Particular”. Modalidad que consistía en asistir a clases en la casa de una maestra que brindaba sus conocimientos y luego, a fin de año, rendir examen en una Escuela estatal (en mi caso era la Escuela General Belgrano, sobre Avenida Maipú, a pocas cuadras de Puente Saavedra).
Las calles eran casi todas de tierra, los automóviles muy pocos, así que el trayecto lo hacía casi siempre solo, nunca tuve un problema. En mi caso el recorrido era: Lamadrid, Las Acacias (ahora Soldado de Malvinas), J. V. González, Los Pinos (actual Ucrania). La “seño” vivía en González y Los Pinos.
Recuerdo la pequeña puerta y la tranquera de caño, atravesaba la primera y seguía el caminito. A la derecha había un cobertizo que oficiaba de lavadero y reparo de la bomba de agua centrífuga. Un poco mas adelante (sobre la izquierda) un patio cubierto de glicinas, a esa altura (sobre la derecha) comenzaba el salón de clases. Por el pasillo y unos metros mas adelante y girando a la derecha, ingresábamos.
Cuando me llevaba mi abuela, el recorrido cambiaba. Ella vivía en Independencia casi Las Acacias (entonces doble mano ambas). Íbamos por Independencia, cruzábamos Av. de Mayo y allí doblábamos a la izquierda, en El Indio (donde ya estaba la estación de servicio). Llegábamos hasta Yerbal y ahí, entre las casuarinas (que siguen estando y no eran tan grandes) había un simple molinete y el camino entre algunas mergas (parcelas) con siembras varias. Algo más de dos cuadras por el camino y llegábamos a la casa (y al salón).
Recuerdo la pequeña puerta y la tranquera de caño, atravesaba la primera y seguía el caminito. A la derecha había un cobertizo que oficiaba de lavadero y reparo de la bomba de agua centrífuga. Un poco mas adelante (sobre la izquierda) un patio cubierto de glicinas, a esa altura (sobre la derecha) comenzaba el salón de clases. Por el pasillo y unos metros mas adelante y girando a la derecha, ingresábamos.
Cuando me llevaba mi abuela, el recorrido cambiaba. Ella vivía en Independencia casi Las Acacias (entonces doble mano ambas). Íbamos por Independencia, cruzábamos Av. de Mayo y allí doblábamos a la izquierda, en El Indio (donde ya estaba la estación de servicio). Llegábamos hasta Yerbal y ahí, entre las casuarinas (que siguen estando y no eran tan grandes) había un simple molinete y el camino entre algunas mergas (parcelas) con siembras varias. Algo más de dos cuadras por el camino y llegábamos a la casa (y al salón).
Con mi abuela vivían dos tíos (Polo y Guillermo), los dos trabajaban y por supuesto se contaban de sus novias, que no eran conocidas. A los seis años uno no entiende de algunas cosas. La cuestión es que en una de las visitas a la abuela “Mina” (apócope de Guillermina y apellido Conder) mis tíos estaban absolutamente afónicos. Y no solamente ellos, sino también otro tío que vivía en Independencia casi Los Pinos, un amigo de la otra cuadra, otro de la vuelta… Cuando les pregunté qué les había pasado fueron sinceros: “Fuimos a dar una serenata” me dijeron. Conforme con la respuesta… días después pregunté a mi papá: ¿Qué es una serenata? Me explicó que era un tipo de canción ó recitado que los hombres ofrecen a sus enamoradas. En aquellos días la televisión era distinta, así que entre Pedrito Rico, Lolita Torres, Los Panchos y el libro de Romeo y Julieta terminaron de dar forma a la idea.
Así que de esta forma transcurrían mis días: clases, reuniones de familia, donde el motivo era porque sí, y siempre se cantaba de todo: zambas, cuecas, tangos, algún aria, hasta marchas patrióticas. También juegos en la canchita (tema para otra charla), mucha bicicleta y los paseos de fines de semana. Sucedió que en una de las frecuentes reuniones, el clima era de cierto nerviosismo. Recuerdo que estaba con pantalón corto, zapatos lustrados, camisa blanca y peinado “a la gomina” ¿qué tal? Mi hermana con su mejor vestidito y las infaltables vincha y colitas. Mis primos y primas vinieron luego, con el tiempo… Los mayores muy bien arreglados, mi abuelo (Edmundo Rodríguez) y los hombres con corbata, reloj y anillo. Las mujeres con elegantes vestidos, anillos, collares y pulseras. ¿El motivo? ¡El tío Polo (Hipólito) nos iba a presentar a su novia! Todo un acontecimiento.
Si bien el almuerzo sería afuera, la recepción fue en el comedor de diario que estaba en la parte de atrás de la casa y daba al patio. Allí estábamos todos. Llegado el momento alguien llama, mis abuelos atienden, se oyen presentaciones, el consabido “¡m´hija!” y demás. Pero había algo que me era familiar… ¿qué era? Pasos no, era algo más… ¿qué era? ¡Las voces, eso era! ¿Pero de quién? Qué incógnita… Pasos que se acercan, voces, y de repente… silencio con signo de interrogación y exclamación… imagen congelada. La novia de mi tío preguntó: -Enrique… (Yo) ¿Pero vos...? -¿Usted señorita es…? (le dije) Mi tío preguntó intrigado: “¿lo conocés?”. -Es alumno en casa… (Respondió ella también asombrada). Todos los presentes con risas y cara de sorpresa. Así que de esta forma todas las familias nos unimos para ser otra más grande. Por supuesto se casaron y hubo una fecha más para festejar.
La casa donde fueron a vivir estaba construida sobre unos terrenos que el padre de la novia les regaló en la misma esquina de González y Los Pinos. Ya siendo un muchachito, y en una de las tantas reuniones (siempre con muchos presentes) en su casa, le pregunté al tío Polo: “tío, ¿te acordás de cuando le diste la serenata a la tía?” Como estaban presentes todos los que lo habían acompañado aquella noche, dijo: “¿se acuerdan cuando vinimos a cantar?” Y ahí salimos, entre chistes y risas, a ubicarnos donde habían cantado esa vez. El lugar era en medio de la calle Los Pinos, frente a la tranquera de caño que conté mas arriba. En ese momento me dí cuenta del porqué de la afonía colectiva de aquella vez: desde donde ellos cantaron hasta la casa donde mi ahora tía, Leonor Matteri, escuchó el dulce cantar, ¡había más de media cuadra!
Enrique Daniel Alvarez
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