Qué lindos recuerdos estimulan los exquisitos relatos de Mónica Pastorini.
El otro día mientras leía, añoraba aquellos zanjones poblados de renacuajos adonde infantilmente acudíamos para intentar pescarlos con un trozo de género a manera de cedazo; los potreros que invadíamos en busca de "huevitos de gallo", los túneles subterráneos que artesanalmente construíamos bajo la dirección del "Chuly" Alfredo García en los fondos de su casa de la Avenida Ader al 4000. Y era su papá, Don Severiano, que junto al mío y otros vecinos amigos se acercaban a la laguna del Parque Cisneros para pescar ranas, divertimiento que por lo general resultaba fructífero. Y luego, cargando las bolsas con las ranas de vuelta a casa del amigo, colaborabamos los más chicos para que en el piletón del lavadero a campo abierto de Doña Rosa de García, se sacrificaran cortándoles la cabeza. Después se las "desvestía", literalmente hablando, en la operación de descuero a cuchillo. Muchas veces, con sus cuerpos acéfalos y desvestidos, nuestros ojitos presenciaron la frustrada fuga de algunas de ellas (impulso eléctrico, decían). Lo mejor del tour culminaba cuando las hábiles dotes culinarias de Don Carlos Prati, junto con los dueños de casa y mi padre, lograban hacernos disfrutar del manjar de su blancas carnes marinadas.
En cuanto Mónica refiere de las quintas e invernaderos, recuerdo que con mis padres y mi hermanita salíamos de casa (en Los Fortines al 3043) y caminábamos alegremente por una calle bordeada de acacias (Avenida de Mayo), para pasar los más hermosos domingos en casa de mi tía Lucía Cichino, en Cosme Argerich y Drago. El tío Francisco Rodríguez, su esposo, sapín y pala en mano, cuidaba del cultivo de aromáticos plantines florales de diversas variedades que a su tiempo llegarían a los Mercados de Capital. Tío Rodríguez sabía hacernos divertir improvisando hamacas con gruesas sogas que colgaba de las ramas tranversales de higueras y nogales. Tenía además árboles frutales con deliciosas granadas y ciruelas, parrales de uva chinche, y otros que solíamos degustar en nuestras frecuentes visitas.
Hace pocos meses pasé por allí y me detuve a charlar con la señora Haydée Salvucci que con su esposo son los actuales moradores del lugar. Poco ha cambiado del frente de la casa, supe que una ventana "ojo de buey" de la cocina se mantiene intacta, no así la que había en el dormitorio de mis tíos y que fue testigo de nuestras obligadas siestas domingueras. Y ya no existe tampoco un tanque de mampostería rectangular de 2 x 2 mts. en el cual se almacenaba agua de lluvia para el riego. Allí también se criaron renacuajos y otras especies de pequeños peces.
La quinta del tío Rodríguez era lindera a la de los Salvucci, lugar en el que mi papá Héctor trabajó siendo adolescente como ayudante de cocina, pero este será tema de un futuro comentario.
Miguel A. Moschiar
Y siguen los lindos recuerdos... Todo esto me pone muy contento, me hace recordar una parte muy importante de mi vida, donde no existían tantas cosas malas como las de ahora. Que infancia que tuvimos. Gracias por esta pintura de nuestro ayer,
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